Nuestra sociedad se ha hecho cada día más intolerante, más propensa a las mutuas ofensas, a las peleas sin motivos trascendentes, a la violencia interpersonal, a las riñas sin mayor razón, a las discusiones que terminan en agresiones e inclusive a los enfrentamientos físicos entre miembros de la misma familia.
Para la muestra un botón, como dice el dicho popular. Entre el primero de enero y el 30 de septiembre de este año, se presentaron en el departamento, según un reciente informe del Instituto Nacional de Medicina Legal, 759 casos de violencia interpersonal, de las cuales 518 fueron riñas, lo que significa dos peleas cada día.
Por supuesto que hay elementos y circunstancias que ayudan a alterar el ánimo de las personas y estimulan la predisposición a la intemperancia y el conflicto, como el alcohol y las sustancias sicoactivas: pero en general lo que estos datos desnudan es una creciente intolerancia entre la gente.
Lo doloroso de esto es que en buena parte lo que se inicia con un simple cruce de palabras o en un reclamo airada de una personas a otra, termina en una riña con agresiones fuertes, con lesiones personales y en no pocas oportunidades con la muerte de uno de los protagonistas del altercado.
Y lo peor es que en una de cada cinco riñas que se presentan en el departamento, los protagonistas y claro está las victimas, son menores de edad. Pésimo precedente que la intolerancia se esté imponiendo desde tan temprana edad y volviendo la forma espontánea de responder ante las naturales diferencias que se presentan entre los miembros de una sociedad.
No puede pasar que acciones sin mayor importancia ni trascendencia como una mirada desprevenida, o un vehículo mal estacionado, o una música a alto volumen, o una mascota imprudente, o ser hincha de un equipo de fútbol diferente, o una expresión desafortunada, puedan convertirse en un motivo de pele con agresiones físicas y con saldos trágicos.
Una sociedad que se dice ser cuna de civismo y de la solidaridad, no puede avanzar en la búsqueda de propósitos comunes, en el fortalecimiento de la amistad con el vecino y en general en la consolidación de los principios que la hacen fuerte, que la hacen avanzar en el crecimiento, en la reducción de la pobreza, en la desaparición de la brecha social, si no vence la intolerancia, la irascibilidad y la manera de zanjar los conflictos entre los asociados.
Es necesario, pues, que las autoridades le pongan atención a un comportamiento aparentemente sin trascendencia, pero que altera el orden social, incrementa la violencia, aumenta la inseguridad y afecta la tranquilidad ciudadana, y que tabajen en la búsqueda de estrategías que permitan desarmar la mente y reducir la intolerancia de las personas.