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sábado, septiembre 23, 2023

El domingo eterno o del barrio Cuba

Gustavo Colorado Grisales 

Gildardo Antía lo recuerda con toda nitidez después de medio siglo: fue en septiembre de 1973. Había llegado a New Jersey en enero de ese año, atraído por la promesa de una vida mejor para su familia, una de las primeras que habitaron el barrio Cuba en Pereira, ciudad perteneciente todavía al Departamento de Caldas. Entonces tenía veinte años y un montón de ganas de ver mundo.Así que no se lo pensó dos veces cuando Balmore  Garcés, un antiguo compañero de colegio, lo invitó  a viajar a Nueva York, con la seguridad de que ya le  tenía trabajo en una empresa de camiones que distribuía productos agrícolas por todo el Estado.Benjamín Antía y su mujer, Carlina Toro, sus padres,  habían llegado a Pereira, como tantos, huyendo de la  violencia entre liberales y conservadores que ensan grentó los pueblos del Antiguo Caldas y gran parte de los departamentos del Tolima y Valle del Cauca. Fue justo en el año de 1960. En el mundo corría el  entusiasmo por la reciente Revolución Cubana. Eso  explica en parte que entre los fundadores del barrio  se encontraran militantes del Partido Comunista y  que para sus asentamientos se escogieran nombres  como Isla de Cuba, Leningrado o La Habana, para  no hablar de los movimientos sociales y sindicales  que se han gestado en sus calles.“Mis viejos levantaron un cambuche con esterillas,  techos de zinc y cuanta cosa podían recoger por  ahí. Mejor dicho, a todos nos tocó salir a las calles  de Pereira, que entonces nos parecía lejísimos, y buscar lo que sobraba en las muchas construcciones que  se levantaban en la ciudad, pues se aproximaba la  celebración del primer siglo de su fundación”.Gildardo tiene hoy setenta y dos años y recrea esos  recuerdos tempranos sentado frente a un pocillo de  café amargo, en un bullicioso lugar situado a un cos tado de la plazoleta “Guadalupe Zapata” en pleno cen tro de lo que ya no es un barrio sino una ciudadela  con al menos 250.000 habitantes, a la que no paran de llegar familias provenientes de distintos lugares  del país, empujadas por otras violencias o en busca  de opciones de estudio y trabajo para los suyos. El  hombre no sabe quién fue Guadalupe Zapata y me  pide información sobre esa mujer negra, cuyo rol en  la segunda fundación de Pereira en 1863 sigue siendo  objeto de discusión para historiadores y cronistas.

“Usted se podrá imaginar lo que significó para mí  saltar primero del municipio de Balboa a Pereira y  luego aterrizar en Nueva York sin conocer a nadie,  salvo a mi amigo Balmore, un aficionado a los tangos y milongas que cambió de gusto musical cuando  descubrió la salsa en las calles de Nueva Jersey. Esa  música nos pegó en el corazón a todos, porque habla ba de vidas como la nuestra, de luchas en las calles,  de amores, de abandonos y de unas ganas tremen das de algo sin saber exactamente de qué. Gracias a  Dios, el idioma nunca fue problema, porque todos  los vecinos y los trabajadores de la empresa hablába mos español, incluidos los judíos dueños de la mayo ría de negocios. Les tocaba aprender, porque éramos  venezolanos, panameños, mejicanos, dominicanos,  centroamericanos, cubanos, puertorriqueños y, por  supuesto, colombianos. Eso fue bueno para la super vivencia, pero muy malo para otras cosas porque, fíje se usted, uno vivir cuarenta años en Estados Unidos,  sus hijos nacidos allí, tener la nacionalidad de ese país  y no saber hablar inglés y conocer más bien poqui to de otras regiones. Si usted me habla, por ejemplo,  de California, me suena igual que si dijera China”. 

De modo que esta gente necesitaba de una música  para sentirse menos extraña. Dicen que fue así como  nació la Salsa, una etiqueta para referirse a ese géne ro resultado de una convergencia de ritmos caribes  de origen africano y español que acabó por conver tirse en la seña de identidad de los latinoamericanos  en Nueva York. 

Gildardo caminaba en compañía de Leticia, su  novia quindiana recién conquistada, con un par de  botas bajo el brazo que pedían reparación. Buscaba  la zapatería de Gabriel Giraldo, un pereirano devoto del equipo de su ciudad desde los tiempos de la  “Furia Guaraní” y su leyenda forjada en el campo del estadio “Alberto Mora Mora”, en el sector de Libaré. Entre la cantidad de avisos de toda clase de nego cios vio el letrero, escrito- cómo no- con letras rojas  y amarillas: “G.G. Shoerepair” y el lema: “De Pereira  para el mundo”. 

“El pequeño local estaba lleno de bolsas con zapa tos que esperaban reparación o aguardaban a que  sus propietarios los reclamaran. Las paredes estaban  forradas con carteles del Deportivo Pereira, sacadas  del periódico Nuevo Estadio o de la revista Vea Depor tes. En los pocos espacios libres se veían fotografías  de mujeres desnudas publicadas en el periódico El  Espacio. Y al final, junto a la puerta de entrada a las  habitaciones del dueño, se encontraba una colección  de discos de vinilo en 33, 45 y 78 revoluciones por  minuto apilada sobre una mesa. Se vende música  para coleccionistas, decía el letrero escrito a mano.  Nunca olvidaré el título de ese disco: Pa´ bravo yo.  

“Mis viejos levantaron un cambuche con esterillas, techos de zinc y cuanta cosa podían recoger por ahí. Mejor dicho, a todos nos tocó salir a las calles de Pereira, que entonces nos parecía lejísimos, y buscar lo que sobraba en las muchas construcciones que se levantaban en la ciudad, pues se aproximaba la celebración del primer siglo de su fundación”.

El cantante se llamaba Justo Betancourt. Así se lla maba un compadre de mis viejos en Balboa, aun que el hombre se firmaba Betancur. Confieso que  esa coincidencia me empujó a comprar el disco, que  logré negociar por cinco dólares. Tiene la marca de  Fania Records, me dijo el dueño, como si eso justi ficara el precio. Me demoré un tiempo para enten der el porqué: ese sello era una garantía de calidad,  como los plátanos de Pueblo Tapao que repartíamos  en los camiones de la empresa”. 

Vestidos de domingo. 

Como si ese ritmo fuera la materialización de su pro pio espíritu, en la Ciudadela Cuba suena salsa por  todas partes. Y aunque también se escuchan nue vos géneros con sus cantantes y orquestas, reina la  vieja salsa canera, la de patio quinto, la de Roberto  Roena, los hermanos Palmieri, Johnny Pacheco, Pete  “El Conde Rodríguez”, Héctor Lavoe, Rubén Blades,  Willie Colón, Papo Luca y El Gran Combo de Puerto  Rico, junto a cientos de músicos y orquestas que no  es posible enumerar aquí. Esos ritmos hacen que los  habitantes de la Ciudadela Cuba (“Los “cubiches”,  como se llaman a sí mismos) habiten una especie  de domingo eterno que se manifiesta en sus vesti mentas: sudaderas, bermudas, camisetas coloridas y  chanclas de andar por casa. Es por eso que Gildardo  Antía pasa la mayor parte de su tiempo de jubilado  en cafés y billares donde suenan pachangas, sones  y boleros. De hecho, con su bigote bien recortado y  su pelo brillante a punta de gel, se parece a uno de  sus músicos tan admirados. 

 aunque también se escuchan nuevos géneros con sus cantantes y orquestas, reina la vieja salsa canera, la de patio quinto, la de Roberto Roena, los hermanos Palmieri, Johnny Pacheco, Pete “El Conde Rodríguez”, Héctor Lavoe, Rubén Blades, Willie Colón, Papo Luca y El Gran Combo de Puerto Ric “¿Me cree si le digo que hace tres meses no voy a  Pereira?”, pregunta, y no espera la respuesta. “ Aquí  en Cuba lo tengo todo: el banco para cobrar la pen sión y pagar los servicios; supermercados, restauran tes, iglesias, droguerías y clínicas, aunque espero no  ir nunca por allá. Pero, sobre todo, tengo los cafés y  billares donde me encuentro con los viejos amigos  que también viajaron a Nueva York y con los que se  quedaron aquí. Con un pocillo de café o medio de  aguardiente, desbaratamos y arreglamos el mundo;  hablamos de viejos amores, de música y del Pereirita,  que al fin quedó campeón después de tantos años  de sufrimiento. Juntos, evocamos los años sesenta,  en los días del kínder de César López Fretes, cuan do armábamos verdaderos paseos desde Cuba hasta  Libaré, en el otro extremo de la ciudad. Eran salidas  familiares y de amigos. Madrugábamos a preparar  los fiambres envueltos en hojas y salíamos a eso de  las diez de la mañana, porque todos los partidos eran a las tres y media de la tarde. Cruzábamos trochas  por donde hoy están los sectores de 2500 Lotes, Villa  Verde, Samaria, Villa del Prado y El Poblado, que eran  puros bosques y potreros. Al llegar a la estación del  tren, en el Parque Olaya Herrera, subíamos junto a la  carrilera y tomábamos la carrera diez, donde caminábamos un buen trecho hasta llegar al estadio Mora  Mora. Como nunca teníamos plata, nos amontonába mos en el barranco, una elevación del terreno desde  donde podíamos ver los partidos. Fueron tardes de  dicha o sufrimiento viendo jugar a Achito Vivas, Isaías  Bobadilla, Miguel Escobar, Gustavo Santa, Antonio  Rada, Eusebio Escobar y otros tantos de ese equipo  de 1967. Hoy, después de tantos años, recuerdo que  esos paseos fueron lo que más extrañé durante todo  el tiempo pasado en Nueva York”. 

Con el paso del tiempo, y a resultas de los cambios  experimentados en el país y el mundo, miles de cubi ches han encontrado otros destinos en el exterior:  Venezuela antes de la crisis, España, Inglaterra, Japón  y Chile. Muchos de ellos son descendientes de hom bres como Gildardo Antía, Balmore Garcés y Gabriel  Giraldo. Igual que los abuelos, algunos de ellos emi grarán un día hacia lugares insospechados. Al fin y  al cabo, llevan el espíritu de la errancia por dentro.  Como corresponde, tendrán otros recuerdos; pero  allá muy en el fondo de sí mismos, vibrará ese rit mo que hizo de su lugar de nacimiento un domin go eterno. 

Miblogacido.blogspot.com

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