21.1 C
Pereira
sábado, diciembre 9, 2023

Anatomía de la angustia. Incisiones y suturas

Gonzalo Hugo Vallejo Arcila

Desperdiciamos el día de hoy angustiándonos por el de mañana. Existen preocupaciones tóxicas que cobran un alto interés moratorio y usurero sobre los problemas antes de lo debido. Son como una silla mecedora que nos pone en movimiento, pero no nos lleva a ninguna parte. No es una opción que asumimos, es una fastidiosa obligación que contraemos, una especie de desasosiego mórbido, veneno inmovilizador y letal cuyo agente transmisor es la angustia cuyo alimento son los temores y las adicciones.

Sus síntomas son inequívocos: inquieta más el día lluvioso de mañana que la tarde soleada de hoy; los días se tornan en desgracias intolerables; la soledad se convierte en una oscura guarida donde habitan angustias y presentimientos infundados; el aislamiento se vuelve una excusa frente a ese obsesivo convencimiento de que debajo de cada piedra hay un alacrán; la zozobra teje con su trama y urdimbre y a partir de hebras sueltas, un ridículo vestido que en vez de arroparla, desnuda la pena, expone y desabriga el alma.

La angustia nos lleva a depender de otros de la misma forma que lo hace una persona que al sentir que se está ahogando, termina por colgarse del otro. Éste desea salvarla, pero sabe que lo estrangulará con su histérico miedo. Es así como una congoja suprime a la otra en un absurdo reestreno. Se Consigue así, que lo que podría ser, termina alejándose de lo que es. Se hacen planes que son insostenibles tratando en vano de volverlos realidad y, ante la negación a abandonarlos, se pierden otras oportunidades de ser, tener y hacer.

Aparentamos, en un afán escrupuloso, preocuparnos por un asunto hasta en el más mínimo detalle sin dejar nada por fuera y hasta llegamos a preguntarnos: “si yo no me preocupo, ¿quién lo hará?”. Vivimos preocupados por lo que otros piensan, sientan o dicen de nosotros… Gran parte de nuestra vida la pasamos timbrando invitaciones para que los demás instalen su incómoda residencia en nuestra mente. Sabemos que somos el motivo de preocupación de otros y ésto suele convertirse para nosotros en una pesada carga.

No podemos decir que disfrutamos preocupándonos, pero nos negamos a aceptar que con seguridad estaríamos perdidos si no lo hiciéramos. “Si nos preocupara tanto caernos de la bicicleta, nunca nos subiríamos a ella”, decía un coaching en una de sus charlas. Fungimos ser preocupados amateurs y consideramos, instalados en nuestra zona de confort, que es mejor dejar este oficio a otros que hacen el oficio de pensar por nosotros. A veces, presos del cinismo nos decimos: ¿Por qué preocuparnos por las certezas si son sólo eso?

Vivimos expectantes porque todavía no hemos gozado la más grande alegría ni hemos sufrido el más grande dolor, mientras muchas cosas valiosas se van por el grifo. Vaciamos nuestra copa de angustias y zozobras cada noche para que la vida nos la llene nuevamente al nacer el día y, de esta forma, vivimos de instante en instante (“de tumbo en tumbo”) sin racionalizar nuestras experiencias. No queremos aceptar que muchas de nuestras angustias son vanas… ¿Somos capaces de hacer que las olas suspendan su rutinario devenir?

Nos costó muchos años llegar hasta aquí y esta llegada no fue en vano. Entonces ¿Cómo no gozar y respetar este momento? Se gana y se pierde, se sube y se baja, se nace y se muere… ¡Así es la vida! Y si la historia es tan simple, ¿por qué vivir tan angustiados? En nosotros está pues, el decidir si nos ocupamos o nos preocupamos, si le damos a cada suceso o momento la importancia que merecen, o si perdemos el tiempo y hasta nos enfermamos dedicados a resolver, sin logro alguno, lo que ya pasó o no ha llegado.

Debería preocuparnos más bien el hecho de que la vida sea tan corta para vivir preocupados por cosas tan insignificantes. Muchas veces llegamos a pensar que nadie se preocupa por nosotros. Esta frustración desaparece cuando encontramos a esas personas que nos hacen estar en nosotros y a la vez, nos llevan a pensar que existen realmente los demás y que debemos hacer algo por ellos. Esto nos mantendrá lo suficientemente ocupados como para no preocuparnos tanto por nosotros mismos acariciando morbosamente nuestro ego.

No queremos comprender que si queremos vivir tranquilos y felices, no debemos tratar de engullir de un solo sorbo toda nuestra vida; tampoco echarnos en un día todo el peso de tu trabajo futuro. Vivamos el aquí y el ahora. Hagamos el trabajo que corresponde a cada día. Siempre habrá tiempo para todo si no nos tomamos el tiempo por asalto. Hay un modo difícil y un modo fácil de hacer el trabajo que se tiene que hacer. Si queremos encontrar el modo fácil no debemos apresurarnos, pero tampoco retrasarnos… tan solo caminar.

Somos incoherentes: lo que realmente decimos y hacemos y lo que decimos que hacemos, son cosas completamente diferentes. Cuanto mayor es la vehemencia con que predicamos la llegada de tiempos apocalípticos, mayor debe ser también el compromiso que deberíamos contraer en la conquista de un mundo posible y mejor. Es factible que los que estamos realmente preocupados seamos muy pocos y que, por su número reducido, no podamos quizás adoptar las medidas reales y necesarias para salvarnos.

Si sentimos esa ansiedad y angustia tóxicas, nuestra vida va quedar desprovista de esos antídotos que nos dan aquí y el ahora. No fluiremos, quedaremos flotando y a la deriva en un mundo zozobrante donde los sentimientos de culpa, impotencia e indefensión agotarán nuestros vanos esfuerzos por sobrevivir y terminarán por hundir la barca de nuestra existencia ahogándonos… La preocupación convierte nuestros gritos en murmullos… Nadie nos escuchará y, por ende, nadie acudirá en nuestra ayuda

No entendemos que, a pesar de tanta carga de frustraciones que llevamos consigo, es una tontería preocuparnos por un mundo que no se preocupa por ello, ni por nosotros. No somos tan importantes como fatuamente creemos. Permaneceremos fuertes cuando nos preocupemos por esos problemas reales que a diario nos aquejan y de las contradicciones internas que condicionan o determinan nuestro rumbo y andar. Comenzaremos a decaer cuando sólo nos ocupemos de lo foráneo, lo externo, lo inminente y lo accesorio.

Los que van de primero en este peregrinaje, son aquellos que van por la vida poniéndose de último, sueltos, despreocupados de sí mismos. Es por ese desinterés que logran su autorrealización. Parecemos políticos haciendo gala de su demagogia. Groucho Marx planteaba que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso, aplicar los remedios equivocados; obviamente, no encontrar las pretendidas soluciones y luego dar una larga explicación justificando lo que no se pudo hacer.

Estamos preocupados sobre cómo convivir y sobrevivir ante los descomunales atropellos socio-culturales de los cuales, en nuestro afán de protagonismo, decimos ser víctimas en el devenir de nuestra vida cotidiana. En ese penoso transcurrir de nuestra existencia, creemos que somos las únicas víctimas y envidiamos ese mundo supuestamente placentero donde creemos que viven los demás en vez de acudir simplemente, a unos principios básicos que fundamenten y orienten el valioso ejercicio de una vida sana y simple.

No vale la pena preocuparnos por tantas cosas superficiales que sobrevaloramos. Debemos pensar en esas pocas cosas que son realmente necesarias e importantes en nuestra vida. Nos preocupamos febrilmente por un futuro cuando para muchos de nosotros quizás no existirá. Al hacer una gradación geo-referencial de nuestras dificultades, se hará necesario crear ciertos parámetros y coordenadas que orientarán nuestra conciencia. En torno a ello girarán las ideas y los valores que reconoceremos como mejores y perdurables… Eso es todo.

Para estar informado

- Advertisement -
- Publicidad -
- publicidad -