Liliana Cardona Marín
A simple vista, Vladimir Encina parece un chico de colegio, claro que su morral se aprecia más grande y pesado, acaba de bajarse del avión que lo trae de la capital de la República, en donde la noche anterior recibió el Premio Simón Bolívar de Periodismo en la categoría Fotografía.
Este fotógrafo es una amalgama de timidez, riesgo, planes, sencillez y tranquilidad. Todavía no asimila muy bien lo que acaba de suceder. Detrás del ganador de hoy, hay un ser humano que nació en el departamento del Tolima, pero creció en Restrepo, Valle del Cauca; lugar del que partió para Buenaventura a estudiar Ingeniería de sistemas, porque la opciones en Restrepo, son tres cuando se es bachiller: seguir cultivando en la finca, ingresar a las fuerzas armadas (policía o ejército) o partir hacia alguna ciudad para estudiar una carrera.
Al tiempo de vivir en el puerto sobre el Pacífico, su madre lo alcanzó y montó un negocio de restaurante; eran los tiempos del Proceso de Paz con la guerrilla de las FARC, cuando este grupo insurgente dejó el territorio, nuevos grupos insurgentes se disputaron el territorio y regresó el cobro de vacunas para los comerciantes. Su mamá se negó a pagar la extorsión y el plazo máximo para abandonar Buenaventura fue de 10 días, sin importar los tres semestres de la carrera que llevaba debía marcharse.
Madre e hijo partieron rumbo a Pereira. Cuando llegó a la UTP se dio cuenta que el énfasis de la Ingeniería de sistemas que se impartía aquí era investigativo y no le servía para homologar lo que había visto en el Puerto, que era comercial. Entonces volvió a empezar.
Click, click, click
Conocer a Rodrigo Grajales, quien ahora es su mentor, generó un cisma en la vida de Vladimir. La fotografía movió las fibras personales y sociales de este joven inquieto. A él le apasiona ser la voz de las comunidades, le gusta conocerlas desde la raíz y ha llegado a internarse cuatro meses en su cotidianidad para que las fotografías revelen literalmente la situación.
La historia de la fotografía que lo llevó a ganar, ocurrió en Puerto Caldas, los hechos se dieron cuando la declaratoria de emergencia sanitaria a raíz de la Pandemia había congelado los desalojos hasta para arrendatarios y por una orden político-administrativa se le ordenó al Esmad que iniciara el desplazamiento de una comunidad Embera.
Los referentes
Ganar este reconocimiento significó sanar la relación con su progenitora, que a raíz de la misma fotografía se había convertido en un tire y afloje, ya que hacía que el sueño de ver a su hijo convertido en un ingeniero se volviera esquivo cada vez que Encino salía de comisión a hacer proyectos fotográficos. “Le demostré que soy bueno en esto y se puede”.
El teléfono de Vladimir Encino, no paraba de recibir mensajes, la carga de energía no aguantó y su celular se apagó, en ese momento la pregunta fue ¿quiénes son esos fotógrafos que admira por su trabajo? El joven sonrió y le brillaron los ojos, entonces dijo: el maestro Jesús Abad Colorado, Rodrigo Grajales mi mentor, Federico Ríos y algunos más. Colorado y Ríos le enviaron mensajes de felicitación, cosa que Encino considera invaluable por ser reconocimiento de colegas.
El Diario también preguntó por esa delgada línea entre esas dos opciones de vida y contestó: “me he visto avocado a retirarme de la carrera por diferentes razones, pero mi mentor me dice que termine, que ya voy en séptimo semestre y que mejor haga una maestría en humanidades”. El año entrante se tendrán noticias de esta promesa de la fotografía colombiana, quien a sus 25 años, le brillan los ojos de nuevo cuando habla de una carrera que no existe en Colombia, se llama Fotografía antropológica y de seguro será el nuevo reto por asumir.