No es lo mismo maniobrar el maderamen en momentos de calma, que asir el timón en medio de la turbulencia.
Gonzalo Hugo Vallejo Arcila
Estamos convencidos de que nuestro crecimiento integral implica la búsqueda de ese equilibrio entre libertad y seguridad. Permitirnos crecer significa exponernos de manera permanente a nuestro propio ejercicio de deconstrucción. A través del auto–descubrimiento convertimos el entorno en espejo y el destino en un sabio terapeuta.
Pasamos por variadas crisis de identidad, puntos de vértigo e inflexión, de desorientación experiencial donde cualquier camino nos sirve. Esto nos obliga a ajustar nuestras coordenadas de interpretación del mundo y combinar estrategias y variables para orientar nuestra búsqueda incesante de nuevos horizontes de sentido.
Nos negamos a creer que las crisis son actos de postración, debilidad y abandono. Creemos que éstas deben ser vistas como oportunidades de crecimiento, desafíos circunstanciales y trascendentes que nos permitirán compartir con nuestra gente todas aquellas cosas que fueron hechas para ser afrontadas, digeridas y asimiladas.
La crisis podríamos entenderla como ese necesario desequilibrio que existe entre aquello que nos estanca y lo que nos impele a buscar como una nueva alternativa de vida. Nuestra conciencia de cara a los avatares de la vida cotidiana nos advierte de crisis, desgarrones y rupturas y nos muestra, a su vez, la posibilidad de trascender.
Somos seres libres y creativos en esta aventura consuetudinaria del vivir. En la medida en que nos sumergimos en nosotros mismos para auscultar nuestras carencias y luego convivir con ellas, dejamos de ocultarlas o compensarlas en algún recodo del mundo exterior artificiosa y pretenciosamente hecho a nuestra medida.
Sabemos hasta la saciedad que vivimos en medio de una crisis de valores sin precedente alguno caracterizada por un proceso de abandono o deterioro de ideales éticos universales que nos afecta a todos por igual. El impacto se siente en familias, comunidades, empresas e instituciones. Si, es cierto… Entonces, ¿Qué hacemos?
No podemos permitir que la incertidumbre sea una debilidad y amenaza y no una fortaleza y oportunidad para avanzar utilizando los recursos que nos brindan la innovación y la creatividad. Aun así, estamos convencidos más y más de que el único camino para lograr ese algo que anhelamos, es volver a intentarlo una y otra vez.
Es tiempo de usar todo lo que aún no sabemos, no somos y lo que por ahora no hacemos. Sólo intentamos hacer aquello que aparentemente somos capaces de ejecutar y eso nos sirve de excusa. Hay que intentarlo una y otra vez, con esa perseverante fe que le debemos imprimir a nuestros pensamientos y actuaciones.
Una prueba de que las crisis son útiles, es cuando éstas nos obligan a inventariar lo poco que nos queda para seguir adelante y lograr las metas que nos hemos propuesto por difíciles que parezcan; salir tras ellas para hacerlas realidad, dispuestos, sobre todo, a abandonar esos paradigmas socioculturales a los que estamos sometidos.
En medio del trajín de nuestros días y de cara a su dramático devenir, se instala con frecuencia en nuestras vidas una sensación de angustia y hastío que es difusa y, a veces, difícil de comprender. Hablamos de una crisis de valores, sentimos un gran vacío espiritual. Hemos encendido las alarmas y eso es lo importante por ahora.
Todo lo que hemos pensado, dicho y hecho nos obliga a estar al lado de aquellos que más nos necesitan y que luchan como nosotros por salir de la mismidad. Pensamientos y actitudes solidarios son el elemento esencial de lucha en épocas como estas donde reinan las múltiples violencias, la intolerancia y la injusticia.
No ha existido ninguna época en el mundo en la que no haya existido una crisis de valores y se hayan puesto en jaque nuestros principios. Nunca el futuro está más presente que en una sociedad en crisis y nada compromete más ese futuro que las acciones u omisiones que hacemos desde este presente histórico que vivimos.
Debemos inventariar nuestras luces y sombras, esas disímiles respuestas actitudinales que damos ante las dramáticas contingencias que vivimos a diario. Ha llegado el momento de reencontrar la fuerza interior que se haya en nuestro ser, esa que nos sostiene y contiene durante el tránsito de nuestras crisis existenciales.
En épocas de crisis uno de los valores más preciados es la resiliencia, esa habilidad para reconocer, aceptar, enfrentar y trascender la adversidad y permitir, a su vez, que la incertidumbre con su carga de improbabilidades, impulse nuestros procesos críticos creativos para ser dúctiles, abiertos, auténticos y flexibles al cambio.
Todo lo que nos queda de una crisis, es la actitud que asumimos frente a ella. Toda crisis es un riesgo y una oportunidad. Siempre habrá muros y montañas más altas por escalar, pero también valles y ensenadas a donde podremos descender. Las peores crisis que afrontamos son aquellas que nos atrapan entre sus marañas.
La crisis es una versión ampliada y desencajada de ese estado de perplejidad al que creemos estar abocados al ver la entropía y el caos en el que vivimos; al observar que las preguntas que hacemos no son funcionales y no tiene eco. Urge la necesidad de un análisis más riguroso para producir respuestas claras, nuevas y útiles.
En un mundo conflictivo con principios y valores en estado crítico, nuestra condición solidaria y compasiva se vuelve para los demás algo confuso e inaceptable, pero esas “locuras y ridiculeces” como las llaman nuestros detractores, algún día y, a fuerza de lidia, se convertirán en algo decisivo e importante.
En las grandes crisis el corazón se rompe o se curte, asentía Honorato de Balzac… Creemos que también se fortalece. Saber dónde se encuentran nuestros obstáculos y limitaciones nos ayuda a descubrir nuestras opciones de libertad y a vivir sin miedos, con entrega y auténtica pasión. Dime que te apasiona y re diré quién eres.
Hemos entrado en una nueva era alérgica a los compromisos, responsabilidades, obligaciones, exigencias e imperativos morales. En un mundo en crisis, vivimos en una sociedad cansada de prédicas maximalistas y sermones maniqueístas en el que hemos perdido los fundamentos tradicionales del valor y por ende, del ser.
No se trata de seguir anclados en el engaño y la quimera, sino de desear, por ahora, sólo aquello de lo que somos capaces. Sólo nos queda algo por hacer: salir del aislamiento, la febrilidad mitomaníaca, la ansiedad crónica y la debacle depresiva y esquizoide, cotidiano–negadora, obsesiva e insidiosa en la que vivimos.
Al buscarle el significado a la palabra “crisis”, su variable sintaxis hace que desconfiemos del lenguaje que sigue siendo algo artificioso: describe el objeto, pero está bien lejos del, no es él en sí… Es como Intentar describir a qué sabe el chocolate o intentar saberlo a través de aquella persona que nunca lo ha probado.
La actual crisis de valores que estamos padeciendo se debe, en parte, quizás, a una deficiente nutrición socioafectiva. Es evidente nuestra caquexia axiológica. Es por eso que debemos propugnar por una educación integral que, ante todo, enseñe a ser, a estar y a hacer desde la convivencia y la gestión socio – emocional.
Hacerle frente a una crisis significa aprender de la experiencia, aceptar los propios límites, conocer los puntos débiles, buscar recursos, utilizar ciertas estrategias. La crisis es aquel estado en el sólo cabe la disyuntiva de cambiar de actitud o desaparecer. Esto exige una decisión urgente, valiente y contundente.