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lunes, marzo 20, 2023

¿Por qué ignorar a los escritores pereiranos o risaraldenses, si podemos leerlos?

“Nuestras literaturas son jóvenes, pero de ninguna manera provincianas”. Eduardo López Jaramillo. (Con las letras contadas. Glosas de ver pasar). Interesante reflexión.

 

Diego Firmiano*

Cuando alguien afirma, «no creo que exista una literatura pereirana», o está imbuido de un ciego ardor universalista, o de un desprecio tácito de las producciones literarias locales. No hay un elemento intermedio, pese a la diplomacia del tema, porque, ¿si no se es abogado de la literatura por qué ser juez de la misma? No tiene sentido, y el error no es de cálculo, sino de hibris, de borgismo, o si se quiere, del menosprecio que emana de los altos estudios culturales (Magíster, PhD, DBA) que tanto mal le han hecho al mundo literario (y mucho bien al sistema académico), haciendo una criba indistinta y desigual, y preponderando nombres, épocas e influencias, más propias del establecimiento, del círculo cerrado, del mise en abyme, que del verdadero mundo de las letras.

Aunque no solo se trata de esto, sino que hay personas que comparan una obra literaria escrita en Pereira o en otra parte de Risaralda, con un Hugo Hofmannsthal, un Proust, y hasta con un Yeats, lo cual es una desproporción, no por la calidad de estos y/o la «posible» inferioridad de aquellos, sino por la vanidad (o banalidad) que supone interrogar una realidad inmediata con los parámetros de un Nabokov, Barthes, Genette o Butor, es decir, con una teoría fría y gris que no reconoce el contexto de construcción de la obra. ¿No es esto un yerro contra el espíritu? Preguntó Nietzsche en el Ocaso de los ídolos.

Como sea, en una causa de este tipo no es ilógico pensar que existen grupos disímiles en Pereira. Por un lado, los académicos, los coleccionistas o anticuarios, que representan los intelectuales por antonomasia, y los que enseñan en instituciones públicas o privadas; por el otro, los escritores de cafetín, los que ganan premios constantemente, y los críticos literarios que son atacados por hablar bien de los libros locales, construyendo más que deconstruyendo. Los primeros toman posiciones alienantes contra su propia voluntad y bajo la presión de otros miembros censores de su comunidad. Los segundos, están en la búsqueda de un elemento integrador, mirando sus producciones, e intentando buscar unidad en la diversidad literaria de la ciudad. Ambos grupos, curiosamente, tratan de coadyuvar en construir un diálogo, un proceso creativo, o consolidar un corpus literario en Pereira, pese a que la tragedia de Risaralda, no consiste en otra cosa, que en la ruptura entre generaciones literarias por un desencanto o solipsismo voluntario.

Vanidad lectora

Aquella vanidad lectora antes mencionada, sea de paso, es una virtud ciega que ha sido combatida por épocas y desde la mística cultural; de igual forma que la apologética resistencia hacia las obras del prójimo (próximo) se ha visto generalizado en la idea de que la imprenta es uno de los peores males del hombre, ya que multiplicó, hasta el vértigo, textos innecesarios.  De ahí que sea entendible (pero no justificable) la posición de alguna autoridad de sacar del juego al otro bajo pretextos de que aquel no entiende qué es la literariedad, o acusar un déficit de estilo, o sentenciar una pobreza de la obra, o la no adherencia a un grupo literario, etc.

El artista sostiene un afán de escribir, como es lógico en todo proceso lector (la lectura es activa porque exige re-acción dijo Steiner), aunque no todos contengan la disposición de leer eso mismo por una ambivalencia socarrona. Por supuesto, cualquiera tiene el derecho a decidir sobre sus gustos lectores (no se piensa lo contrario), de igual manera que alguien posee la arrogancia de afirmar tonterías como que la literatura no sirve para nada, o que no hay buenos escritores en Pereira, o que tales libros no son obras literarias universales. Sin embargo, hay que observar si no existe, por ahí, refundado, algún elemento subjetivo y freudiano de negación o imposibilidad, por no decir, de miopía, para entender que cada contexto honra sus creadores, estén estos vivos o muertos, como una forma de identidad.

Sinceramente, el asunto de ignorar las producciones locales, tiene otros matices, y no necesariamente es un tema ligado a la calidad o a la no circulación de las obras literarias, porque para sorpresa, los que niegan son los que poco entienden lo que rechazan, o los que usan tales libros, influencias y nombres, para fijar un término abyecto como «Provincialismo». Así, mientras algunos escritores pereiranos, sean foráneos o no, desean levantar la bandera de la «universalidad» (ese contrapunto abolido), publicar en otra ciudad distinta a la propia, ser leído o traducido por extranjeros, el conde Tolstói se preocupaba por escribir sobre Yásnaia Poliana, y Cervantes de Castilla-La Mancha, u Homero de Troya, confirmando que solo se puede ser universal hablando de lo local.  

Las dos manos

Yo creo en lo que llamo «La teoría de las dos manos». La idea de que, en una de ellas, se puede sostener un libro de la incorrectamente llamada «Literatura universal», y en la otra, un título regional o local de nuestro contexto inmediato. Ese es el equilibrio sensato y honesto para todos los amantes de la literatura, la reflexión y los libros. Porque afirmar que toda literatura es universal, y que no existe una local, equivale a decir que Dios es universal. Una afirmación superlativa (por evitar decir intempestiva) sujeta a verificación, además de cuestionable, ya que, ante el hecho o cosa literaria, se trata de comprobación, de abrir vías teóricas, de evaluar el peso universalista del postulado, y no necesariamente de aceptación de fe.

¿Qué significa, entonces, que una obra literaria sea universal? Eso sería otro tema a dilucidar si el espacio y el contexto lo requieren. Solo afirmaré que toda literatura es geográfica, y toda, en sí, puede ser llamada universal, ya que, de otra forma, un término tan general que se resista a reconocer su lugar de procedencia, la latitud sobre la cual fue hecha una obra específica, para conferir un estatus grandilocuente a unos autores que han soportado la prueba del tiempo (y no necesariamente porque sus libros sean buenos) simplemente serían «obras clásicas», o lo que en lenguaje especializado se llama «Literatura canónica», o «dogmática». Y eso es una dimensión diferente.

El concepto de literatura universal necesita una revisión y está sujeta a crítica, antes bien creo en una literatura regional, ya que, en una ambición desmedida, y ávido de gloria porque Alemania le quedaba pequeño y los críticos no eran lo suficientemente fuertes, fue Goethe (que atacaba la crítica), quien dijo ampulosamente: «La literatura nacional ya no significa gran cosa, pues ha llegado la época de la literatura universal». Una afirmación que podría ser considerada la tontería más grande del universo, aunque exculpando al genio alemán, ya que la afección también cubrió a Schiller cuando afirmó que escribía como ciudadano del mundo, pues había trocado su patria por la humanidad. Una conversión válida como sujeto, y no como referencia universalista para todos. De ahí la confusión de los teóricos contemporáneos con el tema de lo universal versus lo local.

*https://diegofirmiano.wordpress.com

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