El relacionamiento con los lugares, la percepción en ellos, las sensaciones y emociones, la consciencia al estar y formar de parte de algún parche, entre noches y días pereiranos.
Guillermo Gamba López*
Las paredes de mi ciudad Pereira se escriben desde su origen, asentamientos quimbaya y pijao, a quienes llevaron a los resguardos de la cordillera y los desbandaron a sus caminos que borró el monte. Desde mis ancestralidad en un Cartago Viejo con el musgo de mis raíces diviso a mi ciudad, soy viajero por El Cauca. Uno es de los lugares adonde llegó y vivió su ancestro, donde nació, donde trabajó y aprendió, donde emprendió y nacieron sus hijos. Mujeres y hombres de Pereira y la región nos movemos como una tribu global desparramada como un fractal que ha sido permeado.
Con la multiplicidad de orígenes y retales de quienes hemos migrado en la ciudad y el mundo, vamos y regresamos. Algunos hicieron poesía y escritos. Esa energía de vínculos afectivos y repulsivos con este entorno de casas y calles, lugares y vecindarios, donde convive el paisanaje regional entre relaciones económicas, culturales, académicas, políticas, religiosas. Cantamos armonizado con el tiple trasnochador de “El Páramo” y la voz se desarmonizó con el guaro y canciones de despecho en las cantinas donde se hizo famoso el Johnny Rivera con la dama Francy, la de Guacarí Valle. Canciones vienen y van como sus orígenes, resonaron por carrilera y trochas de una ruralidad americana mestiza que nos marca un sueño reluciente en el mundo latinoamericano.
El relacionamiento con los lugares, tus lugares y los míos, la percepción en ellos, las sensaciones y emociones, la consciencia al estar y formar de parte de algún parche, entre noches y días pereiranos. Tanto y tanto se ha escrito y se podrá escribir. No sé hasta donde los expertos, estudiosos e iniciados, podrían descifrar en lo que se ha escrito desde la ciudad, lo descrito y lo sentido. Lo vivido y endoxado con ese lenguaje que de antemano se reserva el derecho de admisión, ese modus operandi generador de opiniones e imaginarios, entre supersticiones, deslumbres, asombros y vibraciones en lugares y dimensiones, como en esa ciudad rayuela donde se juega, se peca y se reza, se ama y se odia desde el infierno al cielo.
Pensadores
En esa masa crítica de aquellos pensadores que se reúnen, estudian las ciudades, las conversan y comparten, las meditan y recrean o analizan desde sus esquemas cosmológicos. Aquella inteligencia social de la ciudad, fraccionada y opaca, a veces reluce, hilada en tejidos de vecindarios con lenguajes de vereda, en los barrios o las universidades.
Incluso los grupos que comparten sus escenarios en el desarraigo o en las instituciones que les facilitan su movilidad social, que generan acuerdos y conforman grupos de danza y son cantores con el rock, el blues y el rap, y se revelan en disrupciones contra una ciudad dura, donde se les niega varias veces su razón de existir y algunos buscan un destino entre la disipación del sueño con alcohol y traba, con la tensión untada de adrenalina venenosa, entre el conflicto y el crimen, porque se les ha marginado en la esperanza para tener su casa, sus estudios, el trabajo y sus logros con algún estilo de vida transformado entre alteridades y estímulos o negaciones.
“No soy de aquí, ni soy de allá” cantaba Facundo Cabral, con el sentimiento que nos interpreta a casi todos, y lo pregonó de otra manera “Compañero, compañero: prosigue tu marcha y canta, sembrando sobre el camino el rosal de tus palabras…” en el bambuco de Luis Carlos González.
Dónde está y refiere la narrativa a ese conjunto de aglomeraciones físicas y espirituales, culturales y desencontradas, que nos generan encuentros y desencuentros, que nos tocan desde el agua y el aire, ante la espiritualidad o los propósitos políticos, a veces bajo el gusto del patrón o el jefe, con alto o escaso sentido de librepensamiento y libertad, o en la contra con palabras confusas, acartonadas o adoctrinadas en una onda prestada y no pensada, porque se es contra otros o con otros donde uno quiere bailar, a veces cae ahí a repetir lo que salga, como en las viejas consignas de los sindicatos, así como se replican las frases en las redes sociales, desde la carencia y la demencia emocional, con el lenguaje del verbo que está en la moda, cuya audiencia no es ciudadanía sino electorado y masa. En procura de una aglomeración de electores desde donde salen las alianzas que gobiernan para el manejo y apropiación de los instrumentos del poder.
Jerga callejera
En otra banda de este juego, en la jerga de la calle los significados en las conversaciones manejan un afecto irreverente que demuestra un pensamiento desparpajado y libre: “Le agradezco con todo el amor de mis nalgas” decía un personaje trans; así Manuela, ajada y vieja, entonada con aretes y rubor, le agradecía a quien le ayudó comprándole un producto de maní que vende en los buses para sostenerse. En otro lugar del Megabús, un otro murmuraba hacia su vecino de asiento. “Me parece una grosería el lenguaje de esa persona, acá dicen muchos: Gracias, mi dios nos ayude. Que dios te ampare”. Lo que dice ese sujeto es satánico.
Entonces, cuando escribimos no somos divinidades ni deidades, porque por un sueño en lugar de la nada, es posible el amor intelectual que intenta entendernos, explicarnos y narrar la ciudad y testimoniarla, con alcance regional, y desde ella perderse en el laberinto por donde esté la búsqueda de lo eterno. A veces como la exploración por una cueva con mil ramificaciones donde uno busca encontrarse con millones de miradas e imágenes, las que nos interroguen o las que nos atisben desde los fragmentos del vidrio de una botella que se estrelló en la cocorota de un man peleador.
A veces nos gritan los mensajes de la posverdad de moda con su opinión emotiva. Posverdad posible desde el escepticismo que nos llevó a buscar entre aquel laberinto lo que se nos había perdido, como huérfanos en busca de esclarecer un sueño que resignifique nuestra existencia.
*Ojoaleje.com