21.4 C
Pereira
sábado, junio 3, 2023

Origen histórico de la Secuencia

Canto litúrgico peculiar de algunas festividades que precede al aleluya (v.) anterior al Evangelio de la Misa. Conforme su nombre latino indica, la s. es un añadido, una continuación de otro canto, del aleluya, que siempre le ha precedido.

Origen, historia y significado. Las s. tuvieron su origen cuando, desconocida todavía una notación musical satisfactoria, se quiso facilitar a los cantores la difícil ejecución del jubilus aleluyático componiendo un texto devoto cuyas sílabas se acoplaran a las notas de la melodía musical. Este procedimiento memorístico (denominado «farsura») se utilizó también en otros cantos melismáticos (p. ej., los Kyries), pero sólo en las s. originó composiciones independientes y alcanzó mayor difusión.

El género parece que se inició hacia el s. Ix en algún monasterio normando, de donde pasó al de St. Gallen en Suiza. En éste adquirió incremento merced a la labor literaria del monje Notker Balbulus («el tartamudo»), autor de unas 15 composiciones, como 1T tan conocida Media vita in morte sumus, poema de la caducidad de la vida y preocupación ante la «amarga muerte» que sólo la fe y confianza cristianas pueden superar. Aunque a veces sublimes por su inspiración, las s. de este primer periodo no forman parte del género poético, no guardan las reglas de la métrica y de la cuantidad o simplemente de la rima; por lo que se diferencian de los himnos (v.) litúrgicos, y por lo que se les denominó, también, «prosa». Otra fase evolutiva de la s. se produce a principios del s. XI: la s. se independiza totalmente del canto del alleluya y, abandonando las formas irregulares del tipo notkeriano, adopta libremente las de la poesía rítmica, dando entrada a la asonancia y a la rima; es un tipo de transición del que da idea bastante exacta la s. Victimae paschali, de la que trataremos más adelante. En el s. XIl comienza el periodo áureo de la s., que en su factura poética se equipara a los himnos por la perfecta uniformidad de ritmo y la estructura regular de las estrofas; descuella en este periodo Adán de S. Victor, canónigo de París (m. 1192), uno de los poetas más completos de la Edad Media y autor de casi medio centenar de s. admirables por la fluidez del verso, la claridad del pensamiento y la riqueza simbólica de las imágenes. Sus s. tuvieron gran difusión en la Edad Media, suplantando a las antiguas y abriendo un camino por el que le siguieron muchos imitadores, entre ellos los que compusieron las pocas s. utilizadas en la liturgia actual y que luego estudiaremos.

La aceptación de la innovación litúrgica que suponía la s. fue desigual en el ámbito cristiano del Medievo; mientras que en la zona germánica y franca se encontraban abundantes s. en los misales, en España la liturgia mozárabe las desconoció y en Italia sólo unas pocas tomaron carta de ciudadanía. Así, llegada la reforma litúrgica promovida por el Conc. de Trento, el Misal Romano oficial de S. Pío V sólo admitió cuatro s. (las hoy en uso litúrgico, excepto la Stabat Mater, añadida en el s. XVIII para la fiesta de los siete dolores de la Virgen, en el viernes de pasión) del formidable elenco de casi 5.000 que había producido la Edad Media. Estas cinco s. son un espléndido muestrario del género, e insertas en la celebración litúrgica actual (como obligatorias para los días de Pascua y Pentecostés y ad libitum las demás, según la Institulio generalis Missalis Romani de 1969, n° 40) despiden todavía toda la fragancia de la honda piedad que las vio nacer.

Principales secuencias. La más antigua de las s. en uso es la de Pascua, Victimae pascuai, «A la Víctima pascual rindan alabanza los cristianos…», compuesta en el s. XI por Vipo, capellán del emperador Conrado II, en la que no se sabe qué admirar más, si la simpática sencillez de una poesía rudimentaria y juguetona o la inspiración de su melodía tan indisolublemente asociada a las palabras y tan embebida de alegría pascual que no cabría sustituirla por otra más moderna. Consta de dos partes: en la primera se canta el misterio de Pascua en el que, al estilo de un torneo medieval, se presenta el duelo entre la Muerte y la Vida con el resultado final de que «el Caudillo de la Vida, muerto, reina vivo»; en la segunda parte se entabla un diálogo entre los fieles y María Magdalena, cuyo testimonio sobre la resurrección confirma la fe pascual de la comunidad: «¡Sabemos que Cristo verdaderamente ha resucitado de entre los muertos! ¡Tú, Rey victorioso, apiádate de nosotros!», esbozo dramático que dio lugar a representaciones escénicas en las que niños en el papel de las tres Marías o de ángeles y algunos clérigos como apóstoles acudían al monumento vacío al finalizar los Maitines en la mañana del domingo de Resurrección.Hoy es obligatorio decir la Secuencia. Los días dentro de la Octava es potestativo.

Ofrezcan los cristianos

ofrendas de alabanza

a gloria de la Víctima

propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado

que a las ovejas salva,

a Dios y a los culpables

unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte

en singular batalla,

y, muerto el que es la Vida,

triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,

María, en la mañana?»

«A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,

los ángeles testigos,

sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras

mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,

allí el Señor aguarda;

allí veréis los suyos

la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,

sabemos por tu gracia

que estás resucitado;

la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate

de la miseria humana

y da a tus fieles parte

en tu victoria santa.

Para estar informado

- Advertisement -
- Publicidad -

Te puede interesar

- publicidad -