Germán A. Ossa E.
Sigo ofendido. Primero fue con lo que se nos ocurrió pensar en lo relacionado con lo que está pasando y puede pasar con el ejercicio de la Crítica de Cine, que pasó de ser un ejercicio inteligente a convertirse en una notícula farandulera de “youtubers”, que tienen sus contratos con las distribuidoras de cine, para decir con muecas y excentricidades, que todas sus películas son buenas sin ruborizarse; luego, lo que está ocurriendo con esa avalancha de plataformas, que están compitiendo, a ver cuál de todas fabrica más películas y series malas, en la menor cantidad de tiempo posible y ahora, en eso, a lo que ha llegado la industria de la reproducción desaforada de películas de la mano de las empresas que fabrican millones de películas en diferentes formatos (VHS, Beta, USB,CD, discos láser, discos duros, etc. etc.), a muy bajo costo, para llenar las más variadas, sencillas o complicadas videotecas habidas y por haber en este mundo que de golpe se convirtió en el más cinéfilo de todos los tiempos.
Recuerdo, luego de haber leído la Historia Universal del Cine de Georges Sadoul y otras como la de Román Gubern, Rick Altman y Edgar Morin, por no citar sino algunas pocas, que los hermanos Luis y Augusto Lumiere, dos genios franceses, se sorprendieron cuando se comprobó que no habían inventado solo un aparatico (el cinematógrafo) que permitía ver a las fotografías en movimiento proyectadas en una pared, sino que habían inventado el mejor espectáculo del mundo (el Cine), pues sin advertirlo, le dieron a los habitantes de este planeta para el disfrute individual y colectivo a la vez, de la mejor de las artes que criatura alguna hubiera podido inventar en este extraño mundo que vivimos. Y después, que aparecía un cine espectacular en blanco y negro y mudo y que luego, un cine de colores y después, un cine con sonidos, ruidos y voces y música al tiempo y más tarde, un cine lleno de fantasía, misterio, amor, humor, guerra y psicología y drama sin límites, con el que aparecerían figuras entrañables que se recordarán como héroes de carne y hueso que nos pusieron a soñar con ídolos y figuras que en la vida real no tienen ni carne y ni hueso. Cito dos no más: Batman y Superman, por ejemplo.
Los hermanos Lumiere
Por culpa de los hermanos Lumiere, descubrimos años más tarde a Stanley Kubrick, a Román Polansky, a Orson Welles, a Sidney Lumet, a Alfred Hitchcock, a Pedro Almodóvar, a Carlos Saura, a Werner Herzog, a Woody Allen, a Charles Chaplin, a Martin Scorsese, a Akira Kurosawa, a Jiry Menzel, a Vicente Minelli, a Francoise Truffaut, a Ingmar Bergman, a Quentin Tarantino, a Rainer Werner Fassbinder, a Francis Ford Coppola, a Louis Malle, a Claude Chabrol y Claude Lelouch y cientos de extraordinarios directores más y obvio, a Marlos Brando, James Dean, Tony Curtis, Sofía Loren, Benicio del Toro, Al Pacino, Willem Dafoe, Jerry Lewis, Robert De Niro y cientos de extraordinarios actores más y obvio, cientos de guionistas, fotógrafos, luminotécnicos, editores, productores y demás técnicos que luego de profesionalizarse, nos brindaron una millonaria cantidad de películas que nos llevaron a creer, vivir y soñar en infinidad de películas que jamás se borrarán de nuestras memorias y que lo sabemos, se produjeron con miles de dificultades, las cuales muy probablemente jamás conoceremos, pero que gracias a la manera tan extraña con la que la “industria” del cine reproduce como fabricando salchichas, hoy por hoy salen al mercado y se venden, esparcen por los suelos, andenes y estanterías de todos los pelambres, como si fueran unas simples y detestables cucarachas.
Y uno piensa, qué sentirán hoy por hoy, sobre todo aquellos realizadores, técnicos, actores y productores de cine del clásico, el inteligente, el difícil, el más sofisticado y atractivo para las mentes inteligentes, que sus películas, esas que se hicieron con tanto esfuerzo y dedicación, que nosotros, los mortales de hoy día, podemos darnos el lujo no solo de tener una muy buena copia de sus películas por solo cinco mil pesos, sino que luego de llenar nuestras bibliotecas y baúles ya empiezan a estorbarnos y que por ello nos podemos dar el lujo de desprendernos de ellas y arrojarlas a la basura o en el mejor de los casos, dárnosla de generosos y regalarlas a los interesados, sencillamente porque las tenemos por montones?
¿Kubrick, Coppola, Hitchcock y Truffaut por ejemplo, siendo tan inteligentes, pensarían alguna vez que un señor de un Cine Club de Pereira, además de tener en su videoteca “La naranja mecánica”, los Padrinos uno, dos y tres, “Los pájaros” y “La noche americana”, se podría dar el lujo de cansarse de tenerlas y sentirlas como un estorbo, pagaría a un periódico un aviso publicitario para que apareciera en su medio algún interesado en recibirlas en calidad de donación?
Me gustaría saberlo.