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sábado, abril 1, 2023

Música, literatura concéntrica de un príncipe guerrero

“(Yukio Mishima) Tiene un don casi milagroso para las palabras”. Kawabata. Poemas, novelas, ensayos, cuentos, monólogos, guiones, son la cotidianidad expresiva textual del escritor japonés.

 

Leonardo Fabio Marin*

Desde hace varios años deseaba escribir en torno a la obra de Mishima (Tokio 1925-1970); mejor dicho, desde la época en que el pintor de trazos orientales, Gussie L. Valencia me obsequiara un bello ejemplar de esta famosa novela a la que hoy me referiré. Vuelvo al asunto después de recibir como regalo en una librería de Elche, un lindísimo ejemplar de la misma novela en mención; esto ya me llevó a tomar el asunto con seriedad y es así como reflexiono que al abordar determinadas novelas del siglo XX y otras de comienzos del siglo XXI notamos, no con poco asombro, como su estructura narrativa no obedece ya, como de costumbre, a un modelo lineal sino que pareciera ser que el relato estuviera suspendido ante nosotros como una imagen iluminada desde ángulos bien disímiles e insinuantes. Es decir, la historia no fluye, sino que se detiene en puntos de vista narrativos, apareciendo una imagen central y, en torno a ella, las voces del relato configurando un modo distinto de ser y contar; tal es el caso de Crónica de una muerte anunciada (1981), El extranjero (1942), La familia de Pascual Duarte (1942), El túnel (1948) y, por supuesto, la obra que nos convoca: Música (1965).

Reiko Yumigawa acude al psicoanalista porque es en lo absoluto, incapaz de escuchar la música; es incapaz de encontrar la plenitud del placer. Esta imposibilidad que plantea la novela como problema central, se refiere al ámbito afectivo, sexual, cultural y humano. Tenemos, pues, la imagen principal del relato y alrededor de la misma, una serie de descripciones, diálogos, recuerdos, intertextos y monólogos. Estos recursos estilísticos son el pretexto narrativo del autor para arquitecturar su obra literaria. Eros, Tánatos, obsesión, picardía, mentiras, deseos frustrados, lujuria, atrevimiento e insinuaciones van entretejiendo un universo concéntrico realista y bastante verosímil, que es lo que la literatura pide a sus autores; y quizá a eso se refería Yukio cuando sostenía que: “soy incapaz de escribir una novela como si se tratara de un río cuyas aguas van fluyendo”. (Agencia EFE, 12 de enero 2017). Porque Mishima, al igual que García Márquez o Rulfo, Camus o Sábato, pretende contarnos una historia, ya no lineal a la vieja usanza, sino exploratoria, concéntrica, pausada, participativa.

Un poeta

Yukio Mishima, nacido como Kimitake Hiraoka, es un poeta en batallas continuas ante la difícil tarea de la creación literaria. Se arriesga de lleno con fastuosas metáforas e imágenes ondeantes, elaboraciones literarias precisas y concéntricas, arquitecturas textuales contundentes y una asunción continua y absoluta de la escritura como objeto estético existencial. De él decía Kawbata, como en nuestro epígrafe: “Tiene un don casi milagroso para las palabras”, (1968). Mishima asume como forma de vida, la palabra. Vive y respira literariamente y sus textos son su cotidianidad y con ellos edifica su ser y su no ser, su luz y sus oscuridades. Como autor de sus propios laberintos, elige morir de un modo bastante significativo y hace del instante aquel, un fragmento literario pleno de versos e insinuaciones. F. Savater (1968), referencia un texto fragmento de una carta que Yukio enviara a su amigo, el director de cine inglés Basil Wright, donde le comenta: “(…) En la época feudal nosotros creíamos que la sinceridad moraba en nuestras entrañas y que, si teníamos necesidad de mostrarla, debíamos abrirnos el vientre y poner al descubierto nuestra sinceridad de modo visible”. Mishima muere el 25 de noviembre de 1970 en un ritual de seppuku en un cuartel del ejército, en compañía de su amigo Masakatsu Morita.

Poemas, novelas, ensayos, cuentos, monólogos, guiones, son la cotidianidad expresiva textual del escritor japonés y van configurando un muy particular e iluminado estilo de decir sus emociones, sentimientos, sensaciones e ideas; aun así, sostenía, como se evidencia en su poema Ícaro: “Nada me satisface. La novedad terrena muere pronto. Pero yo soy impulsado más alto, y más alto, en la inestabilidad, hasta llegar al resplandor del sol”. John Nathan (1974), en su biografía de Mishima afirma que: “su prestigio es el resultado, sin duda, de la extraordinaria calidad de sus novelas, ensayos y piezas de teatro, el cual dio el toque definitivo al personaje que hizo de sí mismo, un samurái del siglo XX”.

 

 

 

 

 

 

 

Obra particular

Volviendo a la idea inicial de estas reflexiones, considero que, del cosmos literario de Yukio, Música es una obra bastante particular, primero por su condición de relato concéntrico y, segundo, por el realce que tiene del psicoanálisis como eje conductor de la historia misma de Reiko Yumigawa. Si he de ser franco, no me gustado mucho, que digamos, el abordar elementos recurrentes de las novelas, y, mucho menos, de sus estructuras formales o temáticas, me gusta más intuir sus elaboraciones o sus vínculos emocionales con el lector; ya que, al ser asuntos no tan perceptibles o literales, nos permiten ir descubriendo los entramados propios de la intención escritural del autor o los entornos causales de las narrativas internas del texto. Con Música ocurre esto de manera casi perfecta.

En la escritura tradicional suele pasar que encontramos de manera recurrente y aparentemente casual, asuntos comunes como el amor fragmentado, las pasiones obsesivas, la trifulca parental como recurso antagónico, el deseo frustrado como intersticio de las pulsiones racionales, instantes álgidos en los acontecimientos del diario existir. Estas formas dan contexto a la línea dramática del relato y nos hacen espectadores emocionales de un hecho simple y contundente. Caso contrario pasa con Música. No asistimos pasivos al mundo de los personajes. No vamos ingresando a la historia de la novela, sino que quedamos frente a la imagen del personaje central y somos testigos de lo que ya nos insinúa desde su frase principal: ¡No oigo la música!

Como se planteó al inicio de este artículo, la novela va entretejiendo un universo concéntrico realista y bastante verosímil, como lo exige la buena literatura; y desde el comienzo estamos invitados, no a leer una novela sino un informe científico, unos apuntes rigurosos de un tema del psicoanálisis: “Este es el informe del doctor Kazuhori Shiomi sobre un caso concreto de frigidez femenina”. “Si se tratase de una obra literaria, el sexo se hubiera tratado de otra forma, como un objeto envuelto en un hermoso velo”. “Ante todo, debemos respetar estos hechos reales y dejar que ellos mismos nos conduzcan a la inmensidad del mundo de los sentidos humanos”. “Mi objetivo no es hacer una descripción novelesca del caso y, por lo tanto, me limitaré a destacar unos cuantos aspectos y datos que me parecen de vital importancia”.

Estas frases a lo largo del relato impregnan de altísima verosimilitud los acontecimientos de la novela logrando concretar una historia literaria concéntrica, asumiendo que “quizá lo que Reiko quería dar a entender con su frase “No oigo la música” era una cierta forma de ironizar sobre los problemas humanos, básicamente sexuales de la existencia contemporánea”, (Capítulo 7).

En la novela concéntrica la historia no fluye, sino que se detiene en puntos de vista narrativos, apareciendo una imagen central y en torno a ella, el lector como personaje principal, configurando las voces del relato, haciendo del texto una verdadera obra literaria en continua resignificación.

Ciutat d´Elx 2022.

  *Escritor, docente, periodista literario.

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