Julian Alberto García Lozano
La diosa Morta llegó del averno,
se vistió de virus y visito la tierra.
Acorralo a príncipes y a vasallos a poderosos y a humildes.
Hizo temblar los cimientos de la tierra
Y enmascaró la boca de todos los vivientes.
Llenó la necrópolis de cadáveres de todas las condiciones.
Niños, abuelos, varones vitales y bellas mujeres,
profesionales, campesinos, indigentes, políticos y religiosos.
No tuvo compasión de nadie.
Y lloramos en familia la partida del hermano,
del amigo, del vecino.
Se fue solo en el más absoluto de los silencios.
Nadie lo acompaño a su última morada
siendo ese su deseo más ferviente.
La muerte se volvió una estadística
que solo sumaba y sumaba cadáveres de humanos
apilados en improvisados féretros.
Las sirenas se cansaron de llorar
y no volvimos a escuchar el doblar de las campanas
despidiendo a sus hijos arrancados con sigilo.
No hubo más besos en la frente.
No pudimos tomar sus manos yertas.
Las flores se marchitaron en las estanterías.
Los rezos se volvieron oraciones en privado y
las últimas muestras de afecto se ahogaron en la garganta
Se marchó para jamás volver…
No volveremos a escuchar su voz.
A contemplar su lento caminar.
Despareció el brillo de sus ojos y su risa contagiosa.
Nos arrebataron sus sueños
sin escuchar sus últimas palabras.
Sin percibir el final de sus suspiros.
Sin que recibiera la santa bendición.
Atrás quedaron los abrazos,
los besos las caricias.
Las tertulias sin fin, los paseos tomados de la mano, los anhelos de un nuevo despertar.
Ya no hay retorno posible.
En nuestro interior quedaron las palabras que con rabia pronunciamos.
Y las que por temor nunca le dijimos,
se volvieron una tea en nuestras entrañas que incineran el alma.
Por qué no lo abracé la última vez que lo tuve en frente.
Por qué no le manifesté lo importante que era para mí.
Mira a tu lado.
Contempla con detenimiento los rostros
de quienes aún te acompañan en este camino de la vida.
Vea en ellos reflejada la imagen de aquel que ya partió.
Del que jamás regresará.
Te está diciendo en silencio que necesita de ti.
De tus palabras amables,
De tu mirada apacible.
Así solo le dispenses eso,
Cuando parta lo hará tranquilo
Y conservará de ti el mejor de los regalos.
Ese brillo particular de tu mirada cuando sonreías con el alma.
Enseña hoy lo mejor que tu corazón alberga.
Pronuncia tus mejores palabras
propicia tus mejores caricias,
Regala tus mejores besos.
Quizás, solo quizás,
eso sea lo último que hagas por la persona que aún tienes frente a ti.