La relación de Gandhi con el sexo fue controvertida y enigmática. Sus biógrafos registraron sus excesos “tántricos” y lujuriosos que incluso no le permitieron asistir su padre en su lecho de enfermo.
Gonzalo Hugo Vallejo Arcila
Politólogos y biógrafos de todos los pelambres al igual que personajes del arte y la cultura relevan, de distinta forma, el impacto que tuvo la vida de este excéntrico hombre que cautivó la mirada mundial a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Entre ellos estuvieron el escritor francés Dominique Lapierre (“La ciudad de la alegría”); el periodista estadounidense Larry Collins (“Esta noche la libertad”); el comunicador norteamericano Art levine, experto en salud mental; el músico británico Mark Shepard y la compositora country Gene Sharp). Muy pocos han analizado críticamente la figura emblemática de Mohandas K. Gandhi y han cuestionado muchas de sus actuaciones político–publicitarias.
Sus relaciones con el iluminati británico Winston Churchill quien se oponía al autogobierno de la India y con las élites fundamentalistas musulmanas contrarias a sus principios y preceptos hinduistas; la indulgente mirada hacia el líder autócrata islámico Alí Muhammad Jinnah, futuro gobernante de Pakistán y la extraña división separatista y fratricida en 1947. La creación del Estado sionista de Israel y los avatares de la causa palestina fueron cubiertas por él con un manto indolente y ambiguo de aparente ingenuidad. Gandhi ha sido el blanco de muchas lecturas, unas pletóricas de admiración y respeto por sus luchas pacifistas y otras llenas de reproches y suspicaces interrogantes.
Códigos secretos, intereses ocultos, estrategias maquiavélicas y oportunistas, excentricidades de toda clase, ambiciones políticas y manipulaciones mediáticas fueron algo muy usual en el controvertido mundo de las relaciones públicas que él bien supo manejar. Las tradiciones espirituales de un pueblo como el hindú, se convierten muchas veces en la infausta oportunidad para que familias oligárquicas y/o ciertos grupos de poder, como los Gandhi, consoliden su dominio económico y político. La figura del “Mahatma” (“Alma grande”) Gandhi, fue una extraña mezcla de ayuno ataráxico, tradición jainista y hambre de poder que soslayó la imagen de auténticos líderes políticos y espirituales indios.
Figuras vida pública
Gandhi soslayó a figuras descollantes de la vida pública India tales como el nacionalista pronazi Subash Chandrá Bhosé, el revolucionario socialista Bhagat Singh, el yogui Sri Aurobindo y hasta la figura del Pandit (Brahman erudito) Jawaharlal Nheru, considerados por muchos indios como adalides de la autonomía del pueblo hindú. Al lado de sus bellas frases pacifistas y llenas de espiritualidad redactadas por un cualificado equipo de asesores (filósofos jainistas), hay otras que brillan por su racismo eugenésico: “los negros sólo están un grado por encima de los animales… Los indios son un poco mejores que los salvajes nativos de África… los kaffirs son sucios y viven casi como animales”.
Muchos líderes mundiales le cuestionaron sus silenciosas y ambiguas posturas frente al apetito geopolítico de las grandes potencias que han sido la verdadera causa de las guerras en el mundo. Su silencio cómplice frente al hórrido discurrir de los movimientos totalitarios inspirados en el Nazismo, Fascismo y Falangismo, fue registrado en aquellas desafortunadas y extrañas alocuciones donde exhortaba a los hombres y mujeres libres de Europa y el orbe entero a que invitaran a Hitler y Mussolini a tomar cuanto quisieran de sus países. “Si quieren ocuparles el territorio, cédanselo. Sométanse a ellos, pero rehúsen obedecerlos… Los judíos deberían estar preparados para el sufrimiento voluntario”.
Para bien de la causa pacifista que lideraban diferentes movimientos humanistas en el mundo y que luchaban contra el oprobioso dicterio de la violencia, la explotación y la injusticia, esa extraña propuesta sobre resistencia pasiva y desobediencia civil jamás fue acatada como fórmula universal. No ha habido forma alguna tampoco de reivindicar y justificar sus crueles proclamas rompe–huelgas y auto–inmoladoras evidenciadas en “la Salt Satyagraha” (“la Marcha de la Sal”) y el tan cuestionado principio del “Ahimsa” (“No violencia”). Ese extraño pacifismo fue rastreado por sus biógrafos que los condujo al ideario jainista de Putlibai, su madre que desatendía cualquier forma de violencia.
Esta mórbida “pasión no violenta” incluía el hecho de no matar microbio alguno con medicinas. Mahatma estaba convencido de que cualquier enfermedad se cura con una vida disciplinada y una dieta crudívora rica en leche y aceite de oliva. Esa postura pacifista que lo llevó a ver muy lejano su premio Nobel de Paz, fue utilizada muchas veces para ocultar el injusto sistema de varnas (castas) y acallar la verdadera revolución hindú y el sentimiento hostil, rebelde e insurrecto de los intocables. Sus invectivas contra la industria y el progreso tecnológico de la India que lo llevaron a proponer el cierre de las fábricas textiles y el regreso a la rueca y el telar, muestran la faceta antimodernista del ascético líder.
La relación de Gandhi con el sexo fue controvertida y enigmática. Sus biógrafos registraron sus excesos “tántricos” y lujuriosos que incluso no le permitieron asistir su padre en su lecho de enfermo. Ese sentimiento de culpa lo llevó a profesar el celibato como acto liberador. Gandhi, aún así, no pudo liberarse de su celotipia hacia su esposa Kasturba, víctima de las incoherencias y la irascibilidad de su abstemio marido. En su adultez mayor desarrolló una curiosa fijación pederasta: dormía cada noche con varias jovencitas desnudas, una de ellas, su sobrina nieta Manu. Ese ejercicio de “autocontrol” semejaba al amor udrí de los árabes del siglo VII o a la abstinencia de las tres “noches de Tobías”.
El rutilante protagonismo de Mahatma Gandhi, no permitió que se conociera la vida y obra de otro líder hindú: Bhimrao Ramji Ambedkar (“Bhim”). Este hombre era un mahar (intocable) que “vivía en el inframundo social que lo situaba en el absoluto desprecio y la exclusión”. Todos los días recorría la ciudad para limpiar sus calles a cambio de nada y nadie le pagaba por ello. Lo único que recibía era un poco de comida que algunos le brindaban por caridad detrás de sus casas. Ambedkar no podía jugar con otros niños; ningún peluquero podía cortar su pelo; nadie le brindaba agua (“la ciudad se convierte en un desierto cuando trato de calmar mi sed”).
Ambedkar se rebeló con acerbidad ante tan oprobiosa e injusta discriminación. Fue uno de los primeros intocables que consiguió estudiar hasta convertirse en un connotado jurista, académico y político llegando, incluso, a la Universidad de Columbia y al London School of Economics. Después volvió a la India. En 1927 organizó una revuelta en Mahad hasta que consiguió que los intocables bebieran agua de un depósito que les estaba prohibido. Los hindúes ortodoxos intentaron detener el movimiento a palos. Pero el filósofo y jurista, igual que hizo Gandhi, pidió que no respondiesen a su dolor con más dolor.
En 1927, Ambedkar y diez mil personas más, prendieron fuego a una copia del “Manusmriti”, un texto taxativo brahmán que defendía las castas. En algunos apartes se leía: “Un shudra (casta baja) que se sienta en el mismo lugar que un hombre de una casta superior debería ser marcado a hierro en la cadera y ser exiliado o el rey debería acuchillarle en las nalgas. (…) Una mujer no debe tener independencia. Su padre tiene que cuidarla durante su infancia, su marido en la juventud y sus hijos en la senectud. (…) Los hombres deben vigilar a sus mujeres día y noche y mantener bajo control a aquellas que no dominen sus deseos”.
Mientras que el tocable Gandhi consiguió sensibilizar al mundo con la causa de la segregación racial en Sudáfrica, hasta el punto de llegar a convertirse en un icono antiimperialista -escribe Viswanathan “Vishy” Anand, campeón mundial de ajedrez de nacionalidad india-, el intocable “Bhim”, aquel hombre a quien no le dejaban beber agua en la escuela y que lideraría el Satyagraha de Mahad en 1927, ha sido otro olvidado de la historia”. Mahatma Gandhi es considerado por connotados politólogos e historiadores del siglo XX, como otro idiota útil -igual que muchos-, de las maquinarias de poder, un enorme montaje político publicitario.
Muchas de sus actuaciones son consideradas como “un fraude histriónico”, en palabras de la erudita hinduista Alexandra David Neel. Gandhi se convierte así, en un arlequín que muestra la singular figura de un gurú arrastrando la raquítica figura de un faquir semidesnudo con su look de asceta, su escudilla de mendigo y su infaltable taparrabos. “Nos costó millones de rupias mantener a Gandhi en la pobreza”, afirmó irónicamente Sarojini Naidú, una líder de la independencia india.
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