Ilustre Teófilo: Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». PALABRA DEL SEÑOR
REFLEXIÓN
Cristo Profeta de la Vida Eterna.
Lucas es el único evangelista que presenta un prólogo completo; lleno de detalles, circunstancias y hasta personajes -ilustre Teófilo-; es entrar con confianza y descubrir que Dios habla en la historia, pero no lo hace en la “nebulosa”. para Lucas Dios en su Hijo Jesucristo se puede palpar, sentir y por supuesto, si abrimos nuestro corazón, experimentar. El texto quiere ahondar desde la simplicidad de las recomendaciones dadas a Teófilo (que en griego significa “hijo amado en Dios”) una visión que, desde la hermenéutica histórica como género bíblico, hace del texto un Texto en su inicio: llamativo, seductor y muy real. Jesús aparece en escena, y lo hace precisamente en un lugar sagrado, el más sagrado para los judíos que esperaban la salvación definitiva y el “profeta definitivo” para que Dios sellara su promesa. Jesús no va a la Sinagoga de manera improvisada o casual, Él es llevado por el Espíritu (Cfr. Lc 14,20); su presencia allí no responde más que a la “voluntad” de su Padre Dios, voluntad que movió desde la Gracia y el mismo Espíritu la creación, la llamada de Abraham, el compromiso de Moisés, la fuerza de los reyes y la grandeza de voz de los profetas que lo han antecedido; Jesús no es un profeta; Él es el Profeta, más aún supera a los profetas; Él es el Hijo vivo de Dios, el Cordero que quitará los pecados del mundo.
La mención de Isaías, en el texto referido (Cfr. Is 61,1) coloca a Jesús como el nuevo Isaías, superándolo en su Divinidad y humanidad, y lanzándolo a la Misión que, desde la teología bíblica ha sido llamada “Mesiánica y Escatológica”. Jesús viene a liberar, a sanar, a anunciar “un año de gracia” en el Señor, un jubileo Eterno, y sin fin; he ahí el carácter sagrado que supera cualquier expectativa de la antigua ley, y que le da sentido a la promesa: “les daré un Salvador, un Emanuel, un Dios con Ustedes” (Cfr. Mt 1,23). Jesús se hace poseedor del Espíritu Profético definitivo, no es una “autorrevelación”; es la Gracia presente, es el Espíritu pleno, es Dios en toda su dimensión salvífica. Jesús sabe que sus “paisanos” lo “tacharían” de “loco”, de haber perdido el juicio; su seguridad le hace en medio de la mirada de todos los que allí estaban, “devolverle el rollo a quien le servía” (Cfr. Lc 1,14-19), y decir con toda autoridad como verdadero Dios: “hoy se cumplen las escrituras que acaban de oír” (Cfr. Lc 1, 14,21). Es el comienzo de su Pasión, muerte y Resurrección por todos. Es necesario pues, escuchar hoy a Jesús, su presencia es liberadora, llena de Gracia y de amor; Él se hace uno de nosotros para caminar con nosotros; Él es el Profeta de la vida presente y futura; Él es Dios y con toda su autoridad, nos hace sus “ayudantes”, devolviéndonos el “rollo” para decirnos: “no he venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por muchos” (Cfr. Mc 10,45).
Por: Pbro. Diego Augusto Arcila Vélez.