En el país y el mundo, los festivales de poesía están convocando un grueso público y una selecta pléyade de autores de todos los confines. Da gusto pues, para quienes creemos que la literatura, y particularmente la poesía, indaga por los misterios de la razón de existir, del luchar y del inventar circunstancias asombrosas, acudir a estos encuentros ya sea en Pereira, Manizales, Medellín o Cali, y “asistir” a tantos otros lugares a través de la virtualidad, para compartir la emoción de las palabras que se convierten en un vehículo de convivencia.
De su último libro: Hablan los muros: poemas callejeros, 2021, se publican cuatro poemas de Carlos Arturo Arbeláez Cano, para celebrar el reencuentro con la poesía en el pasado 16 Festival Internacional de Poesía de Pereira.
DE INCÓGNITO EN LA VIDA
Octavio Amórtegui
No quiero ser oficial para la historia;
pasar de puntillas por la vida es mi propósito
para no despertar la desazón
de los imitadores de la mediocridad.
De incógnito en la vía, mejor dicho,
por donde todos se pasean
como un mismo maniquí
apostando promesas al mercado
y a merced de un tiempo que esclaviza.
SOLEDAD AQUÍ Y ALLÁ
La soledad me habita y me persigue.
Huir es perseguirme sin sosiego.
Acepto deshabitar lo que hay en mi
para habitar en ti como un respiro.
Darme el placer de tu talle y tu regazo:
detenerme a las puertas de tu hechizo.
¿Quién responde a mi duda
cuando eres mi inquietud y mi locura?
Ni aquí ni allá he encontrado
la clave de tu encanto; transitas como yo,
por entre el sortilegio de un enigma,
que intenta desvaríos por las rutas precisas
de este laberinto que es mi vida.
EL ESPEJO
De los espejos
me asombran sus fantasmas,
y es que habitan allá,
en una dimensión
de esperanzas y dudas.
Creemos, frente a él,
que si somos nosotros
quedamos congelados
en nuestra propia aceptación.
Otras veces creemos
que son el personaje que buscamos
evadiendo el espectro
que nos marca el aquelarre
de nuestras propias frustraciones.
Espejo o espejismo
yo solo he sido del color de la tristeza;
en la tragedia o el desvarío
le apunté a parecerme a algún espectro.
Cada uno se conforma con su sueño,
la fantasía es el mal del extravío
frente al espejo que no atina
a ser nuestro adversario o nuestro amigo.
CÓMPLICES
Por la ventana se asoma un gato.
Es un gato de un negro renegrido,
tres líneas amarillas que le cruzan:
por la cara, por el pecho y por su lomo;
discordantes, en todo caso,
con los ojos ambarinos
que me acechan, quizás, o me persiguen.
Lo demás, techos percudidos
por un medio amanecer que no despunta,
techos oxidados por el tiempo de las emisiones
en la era del vértigo y del ruido.
Que pereza intentar una
tautología de la ataraxia
en esta reiterada
errancia del desvelo.
El gato, como yo, le dispensa a la noche su misterio;
no sé si me mira cuando, como él,
me paro a otearlo desde mi atalaya;
o lo busco o lo espero
en mi noctambulismo.
Los pájaros en la madrugada
coquetean con él,
mientras que a mi silencio
solo se acercan sus pasos
que traquean por los escalones
anunciando la llegada puntual
del alba y su presencia.
Dicen que compartimos
amores imposibles
en este germinar de frustraciones.
Dicen que el gato escapó,
por el patio trasero de la casa vecina;
no volvió, dicen,
pero yo lo adivino con su andar sigiloso
huyéndole a la aurora,
intentando ingresar a mi buhardilla
a examinar conmigo
un tropel de nostalgias compartidas.
Son tan leves sus pasos
que ya los escalones ni traquean;
me confirman que ha desaparecido
para siempre.