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miércoles, marzo 22, 2023

La investigación en literatura II

Mauricio Ramírez Gómez

LA AVENTURA DE LOS LIBROS

En uno de sus cuentos, el escritor argentino Manuel Mujica Laínez narra la historia de un extraño espejo italiano, adquirido por un judío portugués en la Buenos Aires del siglo XVII, que alterna indiscriminadamente el reflejo del presente con el del pasado y el futuro, creando equívocos entre sus propietarios. Como ese espejo desordenado es la investigación en literatura en Colombia. La dispersión de las fuentes, la ignorancia y la pérdida de ellas constituyen los principales obstáculos a la hora de proponer un acercamiento a una época, un autor, una obra o un grupo literario. A lo máximo que puede aspirarse es a obtener imágenes fragmentarias y conjeturar lo demás, por lo que nuestra historia intelectual está llena de pequeñas mitologías o hechos legendarios que contribuyen poco a la comprensión de la literatura como un hecho condicionado por realidades económicas, políticas y sociales.

 

Un ejemplo de lo anterior es el desinterés –afortunadamente cada vez menor- de los investigadores literarios por incluir entre sus fuentes las publicaciones periódicas, esenciales en la valoración de la influencia de autores o grupos generacionales en la cultura colombiana. De autores del renombre de Baldomero Sanín Cano, Jorge Zalamea e incluso Fidel Cano, pueden editarse varios tomos con los escritos no publicados en sus libros que pueden recuperarse de los periódicos y revistas en los cuales colaboraron, aportando nuevas perspectivas en su valoración. Lo mismo podría hacerse con algunos autores pereiranos, muchos de los cuales no publicaron libros, pero colaboraron asiduamente en periódicos durante largos periodos. Se nos dirá que si ellos no incluyeron esos escritos en sus obras es por algo. Es posible que muchas de esas páginas no hayan soportado bien el paso del tiempo, pero no es menos cierto que publicar libros en Colombia, en especial durante el siglo XX, no era una posibilidad inmediata para los escritores, ante la ausencia de una industria editorial. En cualquier caso, husmear en esos escritos da una idea fundamental de sus influencias, preocupaciones, polémicas y su magisterio.

 

 

Otra dificultad en relación con las fuentes para la investigación literaria, al cual se refiere Rafael Gutiérrez Girardot, es el desdén de los investigadores por las literaturas regionales o los fenómenos literarios marginales (de grupos poblacionales), que pueden valorarse incluso como puntos de referencia para revisar la construcción del canon literario colombiano. Cecilia Caicedo llamó la atención sobre este fenómeno en su libro Literatura Risaraldense, al señalar que en el futuro la literatura colombiana debía nutrirse de las literaturas regionales. Para que eso sea una realidad, es necesario que en las regiones se fortalezca la investigación de lo literario, haciendo emerger obras olvidadas o inéditas, valorando autores excluidos del canon por ser epígonos de “las grandes voces de la literatura colombiana”. Consideraciones sobre si se trata de buena o mala literatura pasan a un segundo plano o se convierten en tema para investigaciones, igualmente útiles y necesarias, sobre la evolución del gusto literario y la recepción de las obras en una región.

En este contexto es seguro que las investigaciones no serán concluyentes y es un error pretender que así fuera. Pero la sumatoria de ellas irá encendiendo luminarias en territorios hasta ahora oscuros. Romantizar el esfuerzo y el olvido de nuestros autores no contribuye en nada a remediar las causas de la escasa apropiación que los lectores colombianos tienen por sus obras. La investigación permite la comprensión y esta facilita la decisión sobre los nuevos rumbos.

Estas ideas me surgen de la lectura de ensayos de Gutiérrez Girardot, en los que anota lo siguiente, refiriéndose a la necesidad de recuperar este tipo de materiales: “Esa recuperación tiene que ser necesariamente crítica y si no se puede reconstruir una tradición intelectual y política que se ha ignorado escandalosamente, sí cabe al menos esperar que se despierte una conciencia de la tradición que paulatinamente se vaya enriqueciendo con contribuciones más recientes y actuales, pues sin una tradición, por pobre que sea, la asimilación de lo extranjero se convierte en auténticos saltos en el vacío, es decir, en modas de las que nada se asimila y a las que no se puede poner en tela de juicio desde una perspectiva propia, desde una tradición menospreciada, porque la nueva moda desaloja a la anterior sin crítica. Por pobre que pueda ser nuestra tradición intelectual, ella se enriquece en el proceso de asimilación crítica de lo extranjero”. Lejos de pretender llevar la discusión a los terrenos de la identidad cultural, sí creo que es necesario asumir las palabras de Gutiérrez Girardot como una invitación a la formación de un criterio propio que nos permita conjurar el embrujo del espejo que nos refleja.

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