Mauricio Ramírez Gómez
La primera oleada de colonizadores del territorio que actualmente ocupa Pereira estaba compuesta, en su mayoría, por labriegos y aventureros que arribaron en busca de tierras y guacas para asegurarse su fortuna. En esa búsqueda y gracias a las gestiones de estas y otras personas, el pueblo consiguió el reconocimiento administrativo, que se consolidó con la entrega de tierras por parte del gobierno nacional, en la década de 1870.
Escribe Sebastián Martínez Botero en su libro ‘Política y espacio. Pereira 1857-1884’: “El Estado del Cauca había comenzado a recibir antioqueños en la medida en que los espacios baldíos se copaban por nuevos pobladores y empresarios territoriales. […] Pese a que la mayoría de las poblaciones recibieron la concesión de 12.000 hectáreas del gobierno central, muchos colonos quedaban sin recibir tierras. Es entonces cuando continuaban su búsqueda, pero esta vez con la experiencia de haber estado en un proceso de adjudicación. Cuando los primeros antioqueños llegaron al sitio de Cartago Viejo, ya había detrás de ellos una larga experiencia de concesiones. De esta manera, conocían los procedimientos que debían surtir para la obtención de tierras y actuaron en coherencia a ello. Es entonces cuando brota la idea de la solicitud de erección parroquial, pero como se ha dicho, antes de esta existió otra petición formal más de carácter “civil” que religioso”.
A raíz de las guerras civiles de 1876, 1895 y la Guerra de los mil días, se produjo una nueva oleada de colonizadores, esta vez compuestas por comerciantes, abogados, médicos y otros profesionales que impulsaron el desarrollo material e introdujeron nuevos intereses, para comenzar a trazar la línea divisoria entre las costumbres rurales y la vida en el entorno urbano. Entre estos intereses estaban la educación, factor que consideraron vital para el progreso; la literatura, el teatro y más adelante, el cine, actividades para el encuentro y la sociabilidad. No obstante, las primeras diferenciaciones de clase se basaron en la posesión de tierra y riqueza, y el interés de los primeros pobladores era asegurar su bienestar económico.
“Esta diferenciación, sin embargo –escribe Jaime Jaramillo Uribe-, pequeña en su comienzo, no estaba unida a una diferencia considerable de educación o cultura. En los grupos llegados antes de 1880 no iba más allá de la diferencia entre los que saben firmar, leer y escribir y los que no pueden hacerlo. Pero hábitos, ocupaciones e indumentarias eran muy semejantes. Todos eran campesinos o arrieros, o descendientes de ellos. Todos llegaron con el pie al suelo o calzado con la tradicional alpargata; usando pantalón de dril, camisa de lienzo y la clásica mulera. Todavía al finalizar el siglo, el hombre más rico de Pereira, don Juan María Marulanda, llevaba con orgullo su sombrero aguadeño y su ruana”.
Las primeras creaciones literarias debieron producirse en relación con la música, así como en la construcción y el intercambio de relatos de aventuras o experiencias metafísicas. Al respecto escribe Carlos Echeverri Uribe en sus ‘Apuntes para la historia de Pereira’ (1909): “[…] la vida de sus moradores era una verdadera vida de patriarcas que se reunían únicamente para oír misa y verificar sus pequeñas transacciones de víveres, lo que tenía lugar los domingos; el resto de la semana quedaba la pequeña villa ocupada por unas pocas familias y seis o siete comerciantes en telas, pues la mayor parte de los vecinos se retiraban a sus principios de haciendas o a buscar oro en las guacas. Las diversiones de entonces consistían en cacerías de venados, guaguas o guatines en los alrededores del poblado o en las márgenes de Otún; bailes con tambor y guache en el Clarinete y uno que otro baile decente en el centro del poblado. […] Estas tertulias se convertían casi siempre en bailes o en sesiones de espiritismo y magnetismo, pues en el poblado había algunos aficionados a esa clase de estudios”.
Entre los aficionados al espiritismo se encontraba el artesano y escritor Antonio Isaza Palacio, quien además transcribía las copias del periódico ‘El ‘Átomo’, redactado por Martín Sánchez Arenas. De este periódico no se conservan copias, pero seguramente en sus páginas, así como de mano en mano, circulaban poemas y otros textos literarios.
Solo cuarenta años después de la fundación de Pereira, en 1904, llegó la primera imprenta, gracias al médico dentista Emiliano Botero, quien puso a circular el 10 de septiembre de 1905 el periódico ‘El Esfuerzo’, que si bien no parece haber sido el primero, sí es el más antiguo que se conserva, en vista de que se desconoce hasta ahora si hubo periódicos pereiranos impresos en otras ciudades. Los poemas, artículos, crónicas y demás escritos publicados en ‘El Esfuerzo’ son la génesis de la literatura en esta ciudad.