I SUEÑOS DE CIUDAD
Pereira delirio y quimera
diagramada entre noches
de febriles anhelos
soñada pasión de quijotes
visionarios y profetas.
Herencia de indomables hacheros,
que apostaron su vida y su conciencia
por alcanzar la utopía
de levantar una ciudad
iluminada eternamente
con la luz de las estrellas.
II PIONEROS
Hasta el verde infinito del valle
al pie de las rudas montañas,
un puñado de osados valientes
sangre, tesón y coraje
llegó para escribir con proezas
la epopeya de la raza pereirana.
Allí, bajo un sepulcro de ruinas
donde yacen como escombros
de la Cartago de Robledo
las calles, las casas y las tapias,
entre frondas y rumores de río,
entre la silvestre tonada de las aves,
en un retazo de suelo abrazado de montañas se inició la histórica jornada.
Al son de metálicos golpes
de hachas, machetes y azadas
blasones de aguerridos labriegos
que sumando atardeceres y alboradas,
fecundaron la tierra
y en un parto con temple de hazaña
nació del Otún la perla,
Pereira, verde canción de montañas.
IV TRAZOS DE JUVENTUD
Pereira joven y tierna,
luciendo sus casas de cal y de guadua
sus calles tejidas de piedras
sus aleros refugio de afectos y edades doradas, sus ventanas soñando horizontes
con mozas amables y guapas,
y sus noches de amores furtivos
de rimas, de versos, canciones, tonadas.
La joven Pereira derroche de gracia
paraíso, remanso, albergue de ensueños,
cobijo de abuelos, rincón de añoranzas.
V LA CIUDAD SE VISTE DE CEMENTO
La ciudad se fue sumando calendarios
cruzaron el tren, las bicicletas, el tranvía,
y las calles de cabalgaduras infinitas
se vistieron de cemento y los automóviles llegaron para aplastar las herraduras,
se ahogaron las campanas con el ruido de la fábrica.
Creció la ciudad… cayeron vencidos los recuerdos, detrás del olvido quedaron las estoicas hazañas y los viejos… dejaron de morirse de viejos…
para morirse de nostalgia.
VI ESTA CIUDAD DE AHORA
Esta ciudad de ahora,
Pereira, corazón de caminos,
rosa de los vientos señalando horizontes
cálido y sosegado lugar para el encuentro,
Pereira con sus noches de bohemia,
con sus aromas de café y de tierra fresca,
con sus gentes armadas de sonrisas,
con un paisaje de nieve delineado en las alturas, con soles inmensos
pintando de arreboles las tardes y los sueños.
Pereira con mujeres temple de amazonas
con sus hombres curtidos en la brega,
con los bambucos universales del Poeta de la Tierra y con la ruana y con el tiple como emblemas.
Pereira tierra de querencias y de abrazos
inagotable fuente de la que beben los poetas.
Hernando Taborda M.
PEREIRA BAMBUCO Y VERSO
Vino por fin la aldea
con sus casas arropadas de guadua,
con sus techos humeantes,
con sus callecitas de sol
y con sus patios de labranza.
Y con ella llegaron sus gentes:
Acudieron las matronas
juntando avemarías
en las cuentas del rosario.
Vinieron los tipleros
para exorcizar angustias
para alegrar las noches
con sus trovas y sus cantos.
Llegaron los arrieros
seducidos por la tierra de los sueños
para cargar sobre los lomos
de las recuas trashumantes
el mundo y sus inventos.
Asistieron al encuentro
los poetas y sus versos
y en un parnaso de ensueño
entre las cuerdas de un tiple
con el sabor de la tierra
germinaron los bambucos.
Y de la aldea de entonces
tan sólo quedan recuerdos
de una estirpe de titanes
que diagramó entre sus sueños
la historia de una ciudad:
Pereira bambuco y verso.
I ESTA TIERRA SAGRADA
Antes, mucho antes
que América fuera América,
cuando el sol era el amo de la Tierra,
cuando la arcilla dejaba de ser arcilla,
para ser vasija, cántaro,
cuando la piel color del cobre
copaba los espacios tapizados por el verde,
cuando se tejían las mantas como sueños,
cuando se vivían los tiempos del arraigo
y los viejos pesaban más que las montañas;
mucho antes que América fuera América
cuando el oro valía menos que la sangre
y los ríos eran las arterias vivas de la Madre Tierra, cuando la nación aborigen era libre
y libre transitaba el horizonte
cuando buscaba aún, en las huellas del tiempo
las míticas escenas:
aquellas donde los dioses forjaron universos.
Antes, mucho antes que se precipitara la tragedia.
Aquí, entre los manantiales,
entre el verdor de los ramajes,
y el eterno azul de las montañas, le vino a la tierra una estirpe de hombres y mujeres:
eran los altivos Quimbayas
los enhiestos paladines
los guardianes de la vida.
Aquí el lugar de los ancestros.
Aquí la tierra sagrada.
Aquí el sagrado recinto de la Nación Quimbaya.
Antes, mucho antes…
cuando el tiempo era una sucesión eterna
de soles y de lunas, cuando el áureo metal cobraba vida entre las manos, cuando el maíz brotaba como regalo de la tierra, cuando el sol de los venados despedía las tardes,
y los viejos de cetrinos rostros agobiados por el tiempo acudían a la cita, al abrazo con la Tierra Madre envueltos en el traje arcilla y vasija, ataviados para el eternal viaje hacia el mundo de los muertos.
Antes, mucho antes del holocausto:
aquí, en este lugar hubo una tierra sagrada de vernáculos ancestros.
Aquí el sagrado recinto donde antes, mucho antes, cuando América aún no era América
plasmó su huella eterna, la nación Quimbaya.
FUNDACIÓN
Aquí bajo la tutela sempiterna
de las montañas albas,
la historia preservó el espacio
morada, paraíso heredado,
verde infinito de feraces suelos,
destinado a la indomable raza.
El sino de la nueva ciudad estaba escrito.
Se elevaron las hachas
hasta vencer a los gigantes,
y sucumbió la selva ante el arrojo de los héroes, se sumaron los sueños y los brazos y una a una se fueron levantando las moradas.
Los aguerridos pioneros
hombres y mujeres dotados de arrojo y esperanza vencedores de miedos y duendes y batallas, escribieron con su gesta la historia de Pereira, de esta ciudad que surgió de en medio del olvido y de la nada.