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domingo, mayo 28, 2023

El arte de Gladys Méndez

Oscar Salamanca

Es la ocasión, todo está dado: se encuentra la materia, aquello que una vez estuvo en la mirada por fin ha migrado hacia la mano. Las personas hablan de sensación por la tierra, ella únicamente modela el barro.
Dos situaciones suelen coincidir con las obras de arte, la forma y su valor simbólico. El artista como artesano dedicado a las ejercitaciones sabe de antemano de lo que habla, cada vez que usa un material candente, el feldespato, lo arcilloso plástico y con ese bagaje produce la ausencia de aguas pasadas, evaporaciones convenientes: proceso químico y físico se funden en lo escultórico.

El camino de la cerámica lo conocen muy bien los humanos, porque su ir y venir de humanidad quedo registrado en el entierro, el ritual y lo mítico. Fueron objetos, fueron dioses, fueron piezas para el goce y lo sagrado. Cada uno de nosotros atesoramos la conexión con un cántaro, un uso, una representación de lo bello.

El arte de Gladys Méndez construye con la cerámica el accidente, ya que, con él, ella comparte el vértigo por la caída, por el traspiés de sentido que produce lo telúrico del concepto por fascinaciones íntimas. Es tanto lo que fascina el amor a la tierra quemada que uno termina por exudar vestigios y asistir a nascimientos buenos: amigos eso es la felicidad, crear disfraces de seducción y erotismo cuando lo sublime ha sucumbido a su propio infierno.

Cuando Gladys Méndez toca el arte, el arte devuelve el abrazo fraterno de lo político, ya que no hay poesía más dramática que saberse escuchado en medio de un activismo latente. La cerámica de Méndez no quiere servir a las voluntades de quién las poseen, no son dueñas de ninguna subjetividad, más bien esas obras de arte reclaman la gratitud de saberse objetos que se regalan ellos solos. Ese regalo que nos hace el arte de Méndez nos convierte en seres que meditamos sobre la forma útil, lo material y lo espiritual.

La artista viene de la vereda caliente, geografía del sufrimiento minero. Su sangre es negra y viscosa, su tendencia diáfana y sencilla. Las lecturas que ha hecho en tomos de fantasía incomprensible han migrado hacia la textura agreste del esmalte fulgurante. Hay que observar las piezas reflejo de violencias, son susurros recurrentes cuando ya la amalgama de vida no sirva para nada. Emerge el concepto casa, el concepto arma infame, el rio grande de la Magdalena, el pie cercenado la fragmentación de una muerte sin espectáculo, solo detritus de guerra.

Al recorrer sus instalaciones queda impregnada la atmósfera con un arte éxtasis, combativo, no indiferente. ¡Venga vecino!, reconozca la máquina mística. Se trata de un disfrute anunciado en las causas finales porque el trabajo artístico de la artista barrameja deja perplejo, atónito en la costumbre por potenciar la digresión de un tema sencillo como representa a lo que se ve y lo que afecta.

El gran tema del arte sigue siendo abordarse así mismo, crear la disciplina de la auscultación diaria así en el camino las manos sufran y los deseos se repriman.

 

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