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Pereira
miércoles, marzo 22, 2023

Divagaciones sobre la lectura

Mauricio Ramírez Gómez

LA AVENTURA DE LOS LIBROS

En una charla en Pereira, hace algunos años, la escritora y periodista Marta Orrantia se refería a los lectores como las personas más terribles y temibles, porque podían llegar a desechar sin compasión un libro escrito con mucho trabajo y sacrificio por su autor y además de no volverlo a leer, dedicarse a no recomendar su lectura. A menudo los autores olvidan que el tiempo que un lector emplea en leer su libro hace parte de su vida, no de la del autor, y por eso mismo, tiene el derecho a ser exigente y despiadado. Literalmente, el lector dedica su vida a los libros. Por eso mismo, tiene el derecho a exigir que se le seduzca de todas las maneras posibles, pero sobre todo, con la honestidad. Los mejores libros no suelen truculentos ni oscuros, sino aquellos en los cuales el autor se entrega por completo a la tarea de guiar al lector por el universo de sus cavilaciones y sus ficciones, como quien enseña los rincones secretos de su casa. La gran responsabilidad ética del escritor es escribir siempre el mejor libro posible, con los recursos que tiene a su alcance.

El lector no está obligado a adquirir ningún libro que no le interese. Los libros entran a la casa de un lector porque este así lo decide y esa decisión depende de que alguien a quien se estima o respeta los recomiende, a través de una conversación, una reseña o una charla académica. Cada uno decide a quién permite el ingreso a su casa, a su intimidad, y mucho más si es para ocupar un lugar de ese espacio. El desdén de hoy puede convertirse mañana en una lucha frenética por conseguir un libro, de la misma manera que se hace lo posible por conocer a alguien. Ocurre también al contrario, que algunos libros favoritos en una época caen en desgracia y deben abandonar la casa, para no regresar nunca. Ya no interesa la conversación con ellos.

La conversación con los libros a veces puede ser ardua, pero nunca debe ser confusa. El libro puede exigirle al lector concentración, conocimiento y curiosidad. Pero no debe proponerle claudicaciones ni chantajearlo ni insultarlo, pues nadie se queda donde lo tratan mal.

Claro que el lector también tiene la responsabilidad –no la obligación- de formar su gusto. Esa formación depende a menudo de la educación, de las amistades, de la familia, de las condiciones de la vivienda (leer es un acto solitario que no se puede realizar en medio del hacinamiento), de las cercanía de la biblioteca, de las librerías y del poder adquisitivo, por mencionar algunos factores. Pero quizá el más importante factor sea el tiempo libre. El único acto que se puede hacer en simultáneo con la lectura es respirar. Leer requiere toda la atención porque es un placer de la vista.

Si una dictadura utópica ordenara a todas las personas leer diariamente las páginas de un libro, es seguro que la procastinación se convertirían en un acto de rebeldía. La televisión y los celulares serían el símbolo de la lucha por nuestro legítimo derecho a embrutecernos un poco. La ignorancia sería elevada al rango de valor. El libro es un dispositivo libertario, porque permite la conversación secreta, e incluso la confabulación, con desconocidos y con los muertos. Por eso los totalitarismos aborrecen los libros y persiguen a los lectores.

Ser lector es arriesgarse a entrar al gran supermercado de la inteligencia humana a proveerse de alimentos para no morirse de aburrimiento. El riesgo es que la selección no sea la indicada, con lo que nadie reembolsa el tiempo de lectura invertido. Ningún autor ofrece garantía de reintegro del tiempo de lectura por un libro que a sus lectores no les apasionó. Siempre será suya la culpa, por no comprender ni valorar el sacrificio del escritor.

Ser lector es aceptar ser raro, sacrificar horas de vida en comunidad y los placeres que ella ofrece. Dormir poco o mal. Atormentarse por el destino de seres imaginarios. Por eso, el lector tiene derecho a ser terrible y temible. Se juega su vida. Nadie parece reparar en que de ese ser entregado a descifrar las combinaciones del alfabeto que le propone el escritor, también depende la existencia de una literatura.

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