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miércoles, noviembre 29, 2023

De “el camino del café” al “el camino de la vida” Historia de una canción

Ricardo Montoya

La vida de Juan Carlos Álvarez es encontrar caminos musicales junto con Ruby, su compañera de vida. En uno de esos viajes me pidió que lo acompañara y gustoso acepté. En Medellín se nos unió Alberto Sánchez, otro investigador de la música antañona.

El destino era Liborina, situado en la parte baja de la ladera que desciende de la Cordillera Central hacia el río Cauca, en el occidente antioqueño. En esa jurisdicción, pero unos escalones más arriba, en el corregimiento La Merced o El Playón, nació Jorge David Monsalve Velásquez, creador del bambuco “El camino del café” y en el segundo fin de semana de diciembre se iba a celebrar, con cuatro años de retraso, el centenario de su nacimiento.

Alberto Sánchez acaba de cumplir 80 años, de los cuales lleva 65 coleccionando e investigando sobre la música “popular” y en ese tiempo ha viajado 18 veces a Buenos Aires, tras la huella que dejaron los artistas colombianos en esas tierras. Así se ha vuelto un especialista en “Marfil”, que es el seudónimo con el que se conoce a Jorge David Monsalve y lo hizo conocer entre los melómanos colombianos. “Marfil” hizo su vida desde muy joven en Argentina y por eso es poco conocido en Colombia, a pesar de que siempre le cantó a su tierra y su inspiración la encontraba en los cafetales de su terruño, en un vendedor de cocos, en la cumbia.

Alberto Sánchez mostró en Colombia al “Marfil” que vivió y triunfó en Argentina y a su familia en Buenos Aires les mostró la parte colombiana del artista liborino. Darío Emilio, hijo de “Marfil”, y Roque, su nieto, no conocen Colombia sino a través de los relatos de Alberto; lo llaman tío y le regalaron artículos personales con los que Sánchez hizo un museo de “Marfil” en su casa, robándole espacio a sus discos y tornamesas. Ese museo lo piensa donar a la Casa de la Cultura Marfil en Liborina cuando considere que habrá un doliente que lo cuide y lo conserve. Por ahora existe una entidad de voluntarios llamada Vigías del patrimonio cultural, liderada por Urías Betancur, que han hecho trabajos meritorios como el rescate del fríjol Liborino, una variedad que estuvo a punto de extinguirse, un producto local de cuyo uso culinario en la región existen reportes desde 1.910.

El sábado 11 de diciembre se celebró el acto oficial en el que Alberto Sánchez hizo una exposición magistral sobre la vida artística de Marfil y Juan Carlos Álvarez la ilustró con discos de vinilo y acetatos. Poca asistencia, por aquello de que nadie es profeta… Como siempre ocurre, la parte interesante de los eventos académicos se da en los pasillos y en las tertulias posteriores. Melómanos, coleccionistas y un músico hicieron tertulia en el parque San Lorenzo. El músico resultó ser famoso y también hijo de Liborina: Guillermo Valencia Restrepo, agradable conversador, contó anécdotas de serenatero, cuando formaba dueto con Javier Arboleda.

 

 

 

 

 

 

Inevitablemente la conversación llegó al tema que hicieron famoso Arboleda y Valencia en 1.982: “El camino de la vida”. Valencia contó la historia de la grabación: “hubo una rumba en el apartamento de Javier Arboleda a la que estaba invitado Héctor Ochoa Cárdenas. Me tomé todos los tragos en casa de Javier y al día siguiente (había) un proyecto de grabación en Sonolux; cita a las 9 en el estudio de grabación. Me invita Javier a grabar “El camino de la vida” que habíamos cantado la noche anterior. Yo le digo: ¿cuál canción?, yo no me acuerdo de nada. Tenía un guayabo perverso. Pone Javier un casete con la voz de Héctor Ochoa cantando “de prisa como el viento…” y le digo, hombre está bonita la canción, pero no la hemos estudiado, por lo tanto, yo considero que no debe ir en este trabajo de grabación. Hombre, pero ayer dijiste que sí. ¿Yo dije? Estaba borracho. Javier Arboleda tiene un sentido comercial muy atinado. Dentro del sentido comercial salió a la tienda de la esquina de Sonolux, creo que se llamaba Rosa la peluda o no sé qué y compró mediecita de aguardiente y entró al estudio de grabación y me dijo: ve, nivelá; me sirvió uno doble y yo como por arte de magia me acordé de la canción y dijo, bueno, listo empecemos a ver, y lo que salió de “El camino de la vida”, por Arboleda y Valencia, con todos sus defectos y griticos fue lo que ese día de guayabo en el estudio de grabación, se hizo. Se proyectó lanzamiento en el Club Campestre de Medellín; a los pocos días nos la hicieron cantar toda la noche, los asistentes al evento, la repetimos, creo que hasta la saciedad; creo que en ese momento fue cuando realmente me la aprendí. El camino de la vida en el Campestre. Luego se hizo en Nueva York y se hizo tanto que estando en Nueva York en el lanzamiento de El camino de la vida, nos llaman de Sonolux a decir que las ventas se habían disparado y que nos habíamos hecho acreedores del disco de oro por las ventas de El camino de la vida. Todavía no me han entregado el disco de oro, hay que ir por él”.

A la pregunta ¿en qué época fue eso?, contesta: “se me olvidó, eso fue por los años 80” Y cuando se le indaga por las regalías, dice: “la empresa Sonolux, a cargo del recientemente fallecido don Carlos Ardila Lulle, se quebró pa’ dentro, cerró sus puertas en Medellín y las regalías que recibía periódicamente, no sé quién las estará recibiendo en este momento”.

Guillermo se despidió diciendo: “lo cierto del caso es que yo voy a coger un globo que está cayendo por allí arriba” y se dirigió a su cabalgadura, pues le esperan tres horas de camino hacia la tierra fría, el páramo de Santa Inés, donde vive dedicado a labores del campo y a elaborar esencias como la de romero que aromó esta tertulia.

Así terminó este encuentro de los Caminos, el del café y el de la vida, separados en las épocas de sus protagonistas, aunque están juntos en los Cancioneros.

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