25.4 C
Pereira
sábado, junio 3, 2023

La nueva crítica es un humanismo

“¿Y qué otra cosa, en nombre del cielo, se supone que tiene que ser la crítica?” Henry James.

 

Diego Firmiano

Hablar de crítica literaria es problemático porque comúnmente el énfasis recae indiscriminadamente en la palabra «crítica», ignorando que el primer término pertenece a categorías culturales y el segundo es una actitud humana reprochable y subjetiva. Es cierto que en ambas definiciones semánticas el vocablo griego «Krinein» significa juzgar, opinar, valorar, pero los objetivos son distintos y de ninguna manera crítica significa «censura» sino admonición. Aclarado entonces este prejuicio, y salvaguardando las diferencias específicas, es que estos apuntes personales pueden arrojar luz sobre si la crítica literaria ha muerto o no, si ha cambiado de público, de estructura, o si se mantiene en su función y misión, y esto, según el paradigma cultural postmoderno que se debate entre el déficit de críticos literarios y la banalidad de la literatura spree cuya industria editorial insiste en presentar ciertos libros como alta-literatura o de buena calidad, cuando no lo son.

Un problema ya evidenciado por el filósofo Walter Benjamin cuando alarmado por el auge de la técnica y la reproducción dijo (en su tiempo) que el mundo atraviesa una crisis y un agotamiento de la experiencia, pues quien tiene ahora el control sobre el gusto lector es la industria y la publicidad, gracias (o mal gracias) a los grandes grupos editoriales que han absorbido los pequeños sellos, y que han desembocado en lo que el editor Schiffrin André diagnóstica: «Los libros suelen publicarse más por su supuesto interés comercial que por aspectos intelectuales y culturales que antes los editores valoraban a la hora de incluir un libro en su catálogo».

    Así entonces, en este avasallador espíritu comercial, es que el trust del libro con su aparato de marketing ha querido domeñar (no eliminar) la crítica y los críticos que estorban a los propósitos de sugestionar, sin filtro, a los consumidores de objetos culturales. Un objetivo que no se ha conseguido, por supuesto, a pesar de que algunas figuras literarias de renombre como Mishiko Kakutani, Alfonso Berardinelli o Christopher Domínguez Michael (solo por mencionar algunos) parecen haberse jubilado ya, pero que desde sus bibliotecas y escritorios continúan ejerciendo esa vocación de críticos, inspeccionado el torrente de libros impresos cada año y emitiendo importantes valoraciones literarias en revistas especializadas.

 

 

 

 

     

Monopolios

Trust y monopolios editoriales que con un agresivo programa publicitario han formado, deformado y transformado la ilusión del gusto consumidor. Ese fenómeno de yo elijo tal obra o yo compro tal libro, cuando en realidad es el mercado y las modas culturales las que imponen los títulos y las temáticas, coadyuvados por los grupos literarios abiertos y cerrados, que sugestionados, se acercan a un tomo guiados por al novedoso artilugio lingüístico de «Novedad literaria».

Un término sumado a otros más sugerentes como: «Lo último, lo más novedoso, la reciente obra, el título de estreno, el escritor del año, la novela más esperada, etcétera» que buscan prescindir de la figura del crítico literario para convencer directamente al lector-comprador, sin embargo, ¿quién determinó aquellos juicios comerciales y de aprobación?, ¿la industria?, ¿un grupo de editores?, ¿la imprenta?, ¿la librería? Quizá nadie, o quizá todos a la vez, porque el desconcierto es que buena parte de la literatura moderna ha sido aleccionada por impulsos rentables (réditos) de la empresa, derivada de las preferencias emergentes de las redes sociales y del lobby de los editores-empresarios. ¿No sucedió así con las sagas de John Katzenbach, Harry Potter, las novelas negras de Mario Mendoza, o la nueva afición por las obras de Joana Marcús?     

Es verdad que el crítico no señala el gusto por tal o cual libro, o califica un género literario como mejor o peor, menor o mayor, ya que esto compete más a una profesión académica que a una vocación crítica, sin embargo, lo asombroso es que algunos escritores que han caminado por amor a las letras libres, y luego han sido contratados (lo cual no es malo, pero que Fiódor Dostoyevski, J.R Tolkien y Héctor Abad Faciolince, pueden servirnos de ejemplo) hayan dado un giro hacia la experiencia arbitraria dictada por el mercado, ignorando (forzosamente ignorando) que el «lector cultivado» sepa distinguir, como el público de un pianista, entre un buen y mal escritor y/o un excelente o pésimo libro, y esos juicios a priori​ ​​ y a posteriori​ se convierten en el verdadero drama de la literatura moderna.

 

 

 

     

Así las cosas, si el crítico se empeñara en sugerir o inclinar a sus lectores hacia alguna obra por encima o debajo de otras, faltaría a la teoría «subjetivista» y «empirista» de la que ya nos hablaba Hans Robert Jauss en su título Estética de la recepción. La crítica, dicho de paso, no tiene la función de criba promocional pero sí puede distinguir entre lo perfecto y lo imperfecto, lo acabado y lo inconcluso, lo bien escrito o no, para así determinar la importancia o superficialidad de un libro o un escritor. Un efecto que un público moderno desea considerar, en especial cuando disfrutar al máximo un libro de cualquier género literario demanda tiempo, espacio e introducción. Por eso es que la figura del crítico no es tanto un intérprete como un lector más que vibra y responde a estímulos derivados de lo leído, mientras busca transitar por tres caminos: el instintivo, el comprensivo y el valorativo, para emitir un veredicto personal y privado sobre una obra.

  

Abogado de la literatura

En ese orden, el crítico podría ser más un «preceptista» o abogado de la literatura, que un censor ideológico o promotor cultural. Algo que no deja de recordarnos la obra La mano del teñidor donde el poeta inglés W.H. Auden dice: «Lo que insisto en no obtener de un crítico es su consejo acerca de lo que me debe gustar o disgustar. No me opongo a que me diga qué obras o autores le gustan y le disgustan. […] Pero que no me pretenda imponer leyes. Mía es la responsabilidad de mis lecturas, y nadie sobre la tierra la puede asumir por mí».

Considerando lo anterior se podría inquirir si la crítica es objetiva o subjetiva. Otro asunto problemático porque en el crítico serio y culturizado debe haber objetividad, mientras que en el lector el tema parece ser una experiencia interna movida por intereses psicológicos en relación con el autor, la obra y las impresiones abonadas. Esto último reforzado por teóricos como Gerard Genette quien ya daba puntadas en la idea de que el gusto literario es subjetivo, aunque aquello (según él) conllevara el riesgo de ubicar al lector al mismo nivel de crítico, quien además, sin elementos de valoración, pudiera perderse frente a una obra con «literariedad», de otra con mero valor comercial, spree, rápida, redactada con fecha. Gerard Genette, tan referenciado en los altos estudios culturales, diría: «El gusto por esto o por aquello es un hecho psicológico, tal vez fisiológico, no un hecho sobre el que podamos actuar efectivamente desde fuera por obligación o por razones demostrativas: el juicio estético es «inapelable», o sea, autónomo y soberano».

Un juicio estético, como bien dice el teórico francés, que puede quedar suspendido si la publicidad de la industria editorial es la única fuente del gusto y si esta constituye el único filtro para preferir una obra literaria que nadie conoce o se arriesga a conocer. De ahí, entonces, la efectividad de la crítica que se debate entre si lo que leemos y nos gusta, es igual de bueno para todos, o si solamente es parte de un juicio privado, interior y singular. Lo que traería consigo (en caso de ser la última opción), la eliminación de toda argumentación reflexiva comparatista, de influencias y demás, y el absurdo de reseñar o referir un libro para un público lego o especializado.  Un buen crítico lee con espíritu colectivo, pues esta hecho por todos los hombres y por todos los libros, y en eso es tremendamente acertado.

Por ende, es genuina la inquietud de si estamos ante una democratización del gusto o si acaso nos enfrentamos a una mera ilusión de creer que todo lo escrito y vendido hoy es literatura de calidad. La respuesta no es tan compleja: ni lo uno, ni lo otro, no hay un gusto generalizado, ni todos los libros modernos son literarios. Serán a lo mejor obras de leer y tirar, o releer y cambiar, pero no tendrán un valor intrínseco en materia cultural, ni pervivirán en el tiempo. Por ende el prejuicio a desplazar es la creencia de que cada lector es un crítico, y no, no lo es, porque lo único que permite el libro son modos de lectura, nunca deducciones cerradas, y esto no tanto por incapacidad como por carencias de técnicas de aprehensión que se adquieren con el uso. ¿El libro nos escoge o nosotros escogemos el libro? Las grandes editoriales parecen tener la respuesta.

Libro, lectores e industria

A fin de cuentas las querellas literarias entre el libro, los críticos, los lectores y la industria editorial están a la orden del día en el programa cultural posmoderno, y esto, porque la resemantización del lenguaje y la abundancia de información en el mundo, han divido el vínculo artístico creando una crisis interna desprovista de autoridad para establecer un único significado de la obra, y dejando al lector la capacidad de estructurar significados, de crear sentido a partir de fragmentos literarios, o de validar un texto que ya no dice nada. Un riesgo que evidencia la imposición de criterios mercantiles de las grandes editoriales, tal como lo corrobora David Harvey en su título La condición de la postmodernidad:

«Tanto los productores como los consumidores de textos (artefactos culturales) participan en la producción de significaciones de sentidos (de allí el énfasis que otorga Hassan al proceso, a la «performance», al «happening» y a la participación en el estilo posmodernista). Al minimizarse la autoridad del productor cultural, se crean oportunidades de participación popular y de maneras democráticas de definir los valores culturales, pero al precio de una cierta incoherencia o lo que es más problemático vulnerabilidad a la manipulación por parte del mercado masivo».

 

 

 

 

 

 

 

Un pronóstico válido de Harvey, que, analizado minuciosamente, allana el camino del monopolio cultural, deshabilita la figura del crítico, y prepondera los intereses mercantilistas frente a la experiencia del libro de moda. De ahí que, de un plumazo, las opiniones instauradas en plataformas como Goodreads, Whichbook y Roca Libros (solo por citar algunas webs) intenten difuminar las categorías de alta y baja literatura, rechazando con ello la estética inherente en la obra (diferenciación que no explora ni le interesa explorar al mercado) y convirtiendo en bienes culturales con obsolescencia[1] a los libros, los autores y las artes en general.

Nueva crítica

Por último, y según todo lo expresado anteriormente, la nueva crítica es un humanismo porque permite diferenciar lo uno de lo otro en materia literaria dado que los males editoriales modernos y la tragedia del lector contemporáneo consiste en tres elementos diferenciados: La paulatina desaparición de los críticos como figuras que filtran, evalúan e influyen en el gusto; la crisis de los medios impresos cada vez más acorralados por la tecnología; y la democratización de los juicios espurios y literarios en las redes sociales. Problemas que pueden revertirse, puesto que la crítica nunca es vacía, ni imposible, ni impertinente, y la utilidad de esta para la literatura se subraya en la medida en que procede de fuentes de argumentación concisas y profundas, de la experiencia y la percepción del crítico, quien compara y valora un contenido específico para identificar libros que respeten al lector, sean de calidad y perduren en el tiempo. Desde este punto de vista es que el crítico o la crítica literaria es alguien capaz de descifrar al artista, al escritor, al libro, convirtiéndose en más que un intérprete, un hermano o hermana de letras.

[1] Hay que tener en cuenta que el mercado busca autores jóvenes y reproduce libros temáticos que llamen la atención a un público, no necesariamente sea lector. Este nicho comercial no apuesta por los llamados «Long-seller» sino por los «Best-seller», sin importar si tienen las características de uno, o no.

*diegofirmiano.wordpress.com

Artículo anterior
Artículo siguiente

Para estar informado

- Advertisement -
- Publicidad -

Te puede interesar

- publicidad -