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jueves, marzo 23, 2023

Hijos del trueno, historias neoyorquinas

Creo que uno de mis resortes narrativos es el interés por historias crudas, destinos truncos y personajes en declive; sin embargo, me aburre mucho el tono solemne de algunos autores.

 

Alberto Rivera

Músicos desterrados, virtuosos, vagabundos sin pasado, aventureros incomprendidos, periodistas que se aferran a la hora cierre como si no hubiera mañana, eruditos y enamorados, intelectuales y artistas… Hijos del Trueno reúne catorce historias y encierra un exuberante compendio de personajes exquisitos que han escapado de sí mismos, de sus patrias chicas y de todo lo conocido para ir a encontrarse en la ciudad de Nueva York, donde florecen como extrañas y alucinadas flores urbanitas, protagonistas de hechos increíbles.

Juan Fernando Merino tiene la capacidad de relatar historias como un prestidigitador que ofrece nuevas sorpresas desde el fondo de su bolsa, cada una más llamativa y divertida que la anterior, algunas salpicadas de dramatismo, otras cargadas de música, pero todas engarzadas en una misma hebra que no desfallece. Colección Seix Barral.

¿Cuánto le demoró recopilar estas 14 historias?

Los relatos que componen este libro están situados en distintas épocas, con distintos narradores y circunstancias y son muy distintos entre sí, pero todos están situados en Nueva York. Los primeros surgieron poco después de mi llegada a esa ciudad en 1999, muy cerca del cambio de siglo, y siguieron saliendo esporádicamente a lo largo de los 15 años que viví allá. Realmente no me propuse recopilarlos como un proyecto específico; simplemente me di cuenta el año pasado que tenía un buen número de relatos “neoyorquinos” y decidí elegir unos cuantos y reunirlos en un volumen.

Hay de todo, músicos, periodistas, artistas… ¿Se encontró con ellos alguna vez?

Durante esa quincena de años que viví en Nueva York no solo me encontré con todo tipo de personajes, sino que compartí apartamento, sala de redacción —durante el período como periodista de El Diario la Prensa—, viajes, proyectos o amores con algunos de los individuos más curiosos o desmesurados que he conocido en mi vida. Bien lo dice el narrador de uno de los cuentos: “Lo único que debería sorprendernos es que alguien todavía se sorprenda de lo que pasa aquí”.

 

 

 

 

 

 

 

Las historias se centran en Nueva York, donde prosperan estos hechos increíbles… Y todas tienen una hebra que no las deja caer… ¿Cómo lo logra?

En Nueva York se puede ser testigo casi que de cualquier cosa y más aún cuando se trabaja como reportero —que fue mi caso durante un par de años—, cubriendo eventos o insucesos en los cinco condados de la Gran Manzana y enterándose con frecuencia de los hechos más inusitados que uno se pueda imaginar. Ahora bien, “la hebra que no los deja caer”, como mencionas, corresponde más al oficio del escritor y a los recursos que se van descubriendo con el paso de los años para tratar de atrapar al lector en la trama de una historia y ya no dejarlo escapar.

Es un prestidigitador con nuevas sorpresas, lo del libro es divertido y dramático al mismo tiempo…

Creo que uno de mis resortes narrativos es el interés por historias crudas, destinos truncos y personajes en declive; sin embargo, me aburre mucho el tono solemne de algunos autores y considero que hasta las historias más dramáticas se pueden contar de manera amena y por momentos incluso divertida.

Es traductor, y ha trabajado con las mejores editoriales. ¿Es mejor esto que escribir historias como las del libro?

Los dos oficios son para mí igualmente apasionantes y además estoy convencido de que se complementan y se nutren entre sí. Un traductor dedicado, que realmente trate de meterse en la mente y el corazón del escritor es el mejor lector posible que puede tener una novela o cuento y puede llegar casi a “reescribir” ese texto. Por otra parte, el hecho de ser uno mismo escritor resulta una ventaja a la hora de desembrollar algunos de los meollos más complicados de un texto que se esté traduciendo.

Fue director del Festival de Poesía de Cali. ¿Qué tal la experiencia?

A mi regreso definitivo a Colombia hace nueve años —después de varias décadas viviendo en distintas latitudes— decidí que era un buen momento para vincularme a procesos culturales importantes, y fue así como ocupé, entre otros, los cargos de director del Festival Internacional de Poesía de Cali y director académico de la Biblioteca Patrimonial del Centenario. Estos cargos y otros que tuve fueron para mí una experiencia muy grata y una oportunidad inigualable para reconectarme con la ciudad y sus gentes después de tan larga ausencia.

Ha recibido siete premios de cuento en Europa, lo cual dice mucho de este género en sus manos…

Sin duda el género en el que me siento más cómodo es el del cuento literario de mediana extensión —entre diez y quince páginas aproximadamente— y textos de este tipo me han abierto muchas puertas. Sin embargo, el año pasado publiqué un volumen con relatos mucho más breves y este año estoy trabajando en un volumen de cuentos juveniles y en una novela… situada también en Nueva York.

¿Habrá relatos colombianos, como los neoyorkinos de la obra?

Muy pronto se va a reeditar mi primer libro de cuentos, Las visitas ajenas, que contiene numerosos relatos situados en Colombia en general y algunos específicamente en Cali. Estas historias, no obstante, son completamente distintas de las neoyorquinas en su esencia, en su contenido y en su manera de ser contadas. En mi caso, cada sitio exige un aliento narrativo diferente e incluso un espíritu vital distinto.

¿Qué decirles a los cuentistas que empiezan a descubrir este camino? 

Creo que el mejor consejo que se le puede dar a un joven que se inicia en el camino de la escritura, ya sea el cuento, la novela, el ensayo o cualquier otro género, es leer mucho, incansablemente, y luego releer, tomar notas, transcribir los pasajes que más le lleguen a uno al alma o a la sensibilidad literaria. Aparte de eso animarse a escribir, así uno crea que todavía no tiene una gran historia por contar. Realmente el tema es secundario; lo importante es coger impulso… ¡y escribir!

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