“¿Habéis visto alguna vez la copiosa dulzura de sus magníficos ojos negros? ¿Su mano de marfil antiguo, hecha para enloquecer el cerebro de Fidias. ¿Su abundante y copiosa cabellera que el tiempo celoso, parecido a una paciente araña, querría encerrar en una red de plata?”: Elifas Levi.
Óscar Aguirre Gómez
El acercamiento a la historia nos depara a veces sorpresas. Escudriñar en las páginas de la vida de los grandes hombres nos muestra giros extraordinarios en el destino que les incumbe. Muchas veces el acontecer pareciera querer extraviar el norte que a cierta fatalidad inclina. Es el caso de Flora Tristán y, sobre todo, de su supuesto padre: Simón Bolívar.
Flora Tristán, escritora y socialista francesa, fue una de las grandes fundadoras del feminismo moderno. La famosa frase “Proletarios de todos los países, uníos”, es suya.
Nacida en París en 1803 es, a todas trazas, hija de Bolívar. Sólo basta comparar un retrato suyo con algunos del héroe sudamericano.
Antes de su nacimiento, su joven madre, Thérèse Laisney, tuvo un romance con el Libertador en cierne. Éste visitó París por esa época, proveniente de Bilbao, donde la había conocido con anterioridad a su matrimonio con María Teresa del Toro y fue asiduo en la casa de los Tristán y Moscoso.
Mariano, el “padre”, nunca quiso reconocer a Flora como hija como suya, por efectos legales. Bolívar le escribiría cartas afectuosas a Thérèse, que fueron publicadas por su hija Flora.
Muy joven
A los 16 años, Flora comenzó a trabajar como obrera colorista en un taller de litografía y un año después, se casó con el propietario de éste, André Chazal quien, con el paso del tiempo, intentó asesinarla de dos disparos. El matrimonio se disolvió. Aline, una hija suya, nacida en 1825, sería la madre del pintor Paul Gauguin. ¡Bolívar, abuelo de Gauguin!
Flora se marchó de París. Comenzó una vida errante junto con Aline. Mediante la intervención del capitán Chabrié, en 1829 pudo remitir una carta a su tío Juan Pío Tristán y Moscoso que vivía en Perú. Gracias a Pedro Mariano de Goyeneche, pariente de los Tristán, la aventurera viajó al Perú en 1832, dispuesta a cobrar su herencia y recuperar un puesto digno en la sociedad.
El 7 de abril de 1833, justo el día en el que cumplió 30 años, Flora se embarcó, sola, en Le Mexican, con 16 hombres… El barco pertenecía al mismo capitán Chabrié, quien le había facilitado el primer contacto con sus parientes peruanos. Don Pio sólo accedió a pasarle una pensión mensual. Flora escribió un diario de viajes acerca de sus experiencias en Perú. El diario fue publicado en 1838, como “Peregrinaciones de una paria”.
De regreso a Francia, emprendió una campaña a favor de la emancipación de la mujer, los derechos de los trabajadores y en contra de la pena de muerte, así como a favor de la “unidad universal”. Marx y Engels reconocieron su labor. Hizo amistad con Jorge Sand. Fue amante del mago Elifas Levi, quien la definió como “una adorable vampiresa”; “una Circe antigua sin la varita mágica”. Su relación fue tumultuosa, pero influyó en la entrada del practicante del esoterismo a los cenáculos literarios parisinos. Flora Se movió también en algunos círculos masónicos mixtos de Francia.
Murió a los 41 años, en Burdeos, víctima del tifus. Al pie de su tumba se lee: “Libertad. Igualdad. Fraternidad”.
Flora, hija pues de Bolívar y abuela de Gauguin, fue una mujer excepcional: “Creo en el progreso continuo y eterno que gobierna al mundo”, había dicho. Su nacimiento inusual la encumbró universalmente. Su huella luminosa no se ha esfumado aún. Su ejemplo reivindica los derechos de la mujer, tan usurpados cada vez más en nuestro país y en el mundo.