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sábado, mayo 27, 2023

Evangelio según san Juan 20,1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

Flexionemos juntos

Estamos en el primer domingo de Resurrección y la Palabra de Dios nos invita a una fe arraigada en la experiencia del Resucitado.

Los Hechos de los Apóstoles (10,34.37-43) plantean de forma directa que la misión de anunciar la Salvación es un efecto provocado por la resurrección. El mismo Resucitado es quien ha encomendado esta misión. El contenido de este anuncio no es otro que la acogida del perdón, que es la otra cara del amor.

La carta a los Colosenses (3,1-4) advierte que la resurrección de Cristo lo cambia todo, incluso nuestras búsquedas. Por ello no podemos seguir afincados en la dinámica terrena donde los razonamientos y afectos apuntan solamente a la inmediatez de la vida. Hay que trascender esta dinámica. La vida no puede ser solamente nostalgia, avidez o ansiedad. Es apertura y apuesta personal y compartida.

El Evangelio de Juan (20,1-9) nos coloca ante el hecho del sepulcro vacío. Cuando todavía estaba muy oscuro, la Magdalena va al sepulcro y ve que ahí no está el cuerpo de Jesús. Entonces corre a comunicar a los discípulos que “se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

En su sencillez, este pasaje de Juan nos hace caer en cuenta que Jesús resucitado se anticipa a la luz. La frase “todavía estaba muy oscuro” nos remite a las tinieblas de los orígenes del mundo y sobre las que amanece la luz (Gén. 1,1-5). Jesús será en adelante la luz que alumbra caminos nuevos, que despierta la fe y abre a la esperanza.

No fue la fe de los discípulos la que fundó la realidad de la resurrección, sino la realidad del Resucitado la que fundó la fe. Una fe que hunde sus raíces en la amistad personal y comunitaria con Dios y en la que nos descubrimos hijos amados. Esta relación de hijos sólo se da a partir de nuestra unión personal con Jesús, que es el rostro visible de Dios Padre.

Que los discípulos “vayan, entre al sepulcro y crean”, es hacer la ruta que lleva a la fe. Crecer en la fe equivale a un camino progresivo de asimilación de la vida de Jesús, es decir, conocerlo hasta llegar a ser su amigo personal y su testigo. En esta amistad y testimonio se descubre el alcance del amor, la grandeza del perdón y la fuerza de la misericordia. Porque el único ámbito en el que progresamos en la fe es el «amor desinteresado».

A la luz de la vida de Jesús, el crecimiento en la fe no sigue una línea de ascenso (hacia arriba), sino descendente (hacia abajo), que es lo propio y distintivo del amor. Crecer y madurares ir hacia abajo, es humildad y sencillez.

Para estar informado

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