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miércoles, marzo 29, 2023

Encuentro en Sol Mayor

Cuando Nepo se disponía a escuchar un concierto celestial, en el cual se ejecutarían las tres últimas sinfonías del maestro, despierta sobresaltado. ¡Todo era un sueño! “¡Mozart no existía!”.

 

Óscar Aguirre Gómez

El año 1994 era otro mundo. Los primeros teléfonos móviles apenas estaban llegando y solo los tenían algunos afortunados, por su alto precio. No había internet y, además, muy pocos tenían un ordenador electrónico. Recuerdo que ese año me retiré del comercio, debido a circunstancias de fuerza mayor. Luego de tener mi propio negocio, me encontré en una modesta casa, sobreviviendo apenas.

Un día en que llovía copiosamente, hacia el atardecer,  me encontraba solo y bullían en mi interior mil sensaciones. En ese momento, escuché en la  Emisora Cultural de la ciudad el último movimiento del concierto para piano en Sol mayor de Mozart. Entonces me vino a la mente escribir una historia referente a Mozart: un imaginario viaje del compositor al cielo.

Como si estuviera recibiendo una guía de alguna dimensión desconocida, empecé a consignar apresuradamente en un papel de envolver lo que mi mente percibía, en un estado casi que irreal. No fue escrito de un tirón. Luego vendría el proceso de desarrollar el argumento, hasta que la historia fue publicada, dos años después, en mi primer libro de cuentos.

 

 

 

 

 

 

 

El cuento comienza así:

“Nepo Mucenos Hill. Ese es mi nombre. Conocido como ‘Gil el mecenas’ por mis allegados —y por otros no tan allegados—, en virtud de mi desmedida afición a respaldar, al menos teóricamente, lo insólito en algunas cuestiones de arte.

Finalmente, había llegado al punto de partida de mis especulaciones, pues mi filosofía impregnada de pesimismo, se había reducido a un sólo campo: la abstracción sistemática e inflexible en la búsqueda de un arte milenario que cubría mi expectativa de entonces. Un arte “nuevo”, pero antiguo. Encontrado, ya que yacía oculto. Un arte de vivir que fuera cantado por los trovadores de la edad media y que me desvivía. Arte que era una síntesis de canto, caballería y espíritu liberal: la Gaya Ciencia. En esa ciencia pretendía hallar una coincidencia entre mi ego y mi fatum, para descifrar mi amor a la vida y al mismo tiempo mi creciente indiferencia hacia ella. Yo había sido un autor lleno de ímpetu que me expresara sin eco en una lengua acabada. Siendo famoso me retiré sin pena ni gloria en los años plenos de mi insomne existencia a un recinto donde llegué a ser mi propio mecenas, ya que era el único que patrocinaba mis propias extravagancias. Al fin y al cabo la vida es breve y en materia de revivir lo ya vivido, de evocar, de recrear, es el arte quien tiene la palabra, ya que por él las intuiciones cobran vida, toman forma. Es el arte el que resume una experiencia, una época. Viví entonces en el aposento de mi mente, evocando el espíritu del pasado, atento a su sabia y elocuente palabra. Profundizando en mi hondo filosofar, con pasión y vehemencia, acerca de otros mundos —que se deducían de éste—; viajaba por un universo superior… ascendiendo en busca de la música de las esferas”.

A continuación, el protagonista del cuento, narrado en primera persona, expone sus aventuras en el cielo, donde se encuentra con Mozart: “Y le vi. Era él. El hombre venial. El artista, El mago. El genio. El Divino. ¡Mozart!”. En uno de los primeros diálogos de Nepo con el músico, el primero le recuerda al genio de Salzburgo que Karl Barth “dice que no está seguro de que los ángeles, cuando glorifican a Dios, toquen música de Bach. En cambio, está cierto de que, cuando están solos, tocan a Mozart y a Dios, entonces, le gusta escucharlos…”. Al final, cuando Nepo se disponía a escuchar un concierto celestial, en el cual se ejecutarían las tres últimas sinfonías del maestro, dirigidas por Bruno Walter, despierta sobresaltado. ¡Todo era un sueño! “¡Mozart no existía!”.

 

 

 

 

 

 

Al principio del relato, Nepo vive en un mundo ilusorio, donde pretende encontrar la realidad de sus sueños. Quizá el arte de la  Gaya Ciencia, a la que alude Nietzsche. Pero no halla una coincidencia entre sus aspiraciones y la dimensión que enfrenta. O sea, entre su ego y su fatum. A partir de su propia experiencia, cree poder ubicar su fantasía dentro de sus lares cotidianos. Vano intento. Los que sueñan viven en un mundo inexistente. Nepo concluye que el mundo exterior no le ofrece las posibilidades que él busca. Es así como decide vivir aparte, evocando el espíritu del pasado… para aprender de los recuerdos.

En cierto sentido, quise traer a colación este cuento, porque, tal vez, sin proponérmelo, plasmé en él mis propias inquietudes y expectativas de ayer. En otras palabras, me remite al pasado, que tiene que enseñarme mucho aún, aunque hay un tiempo para todo. ¿El destino se hace o se lleva implícito? “Caminante, no hay camino; se hace camino al andar”, responde Antonio Machado. Es decir, hay que obrar sobre la marcha. ¿He obrado con convicción? De una cosa estoy seguro: mi camino lo he forjado yo mismo. He sido el arquitecto de mi propio destino. Y éste se forma en el pensamiento, antes que con la acción. Por ello, debemos renovar nuestra mente: enfocar el futuro.

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