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martes, octubre 3, 2023

El viaje interior, geográfico y psicológico de Anna

Nos lleva hasta la selva colombiana del Caquetá, donde termina la odisea y las preguntas acuciantes, ya no tanto por su padre, como sobre ella misma, entendiendo que ahora es una hoja desprendida de un árbol.

 

Diego Firmiano

El libro «Indecible» (2022) de la joven escritora Lina María Benjumea, es uno de esos textos que debemos leer despacio, no porque sea complejo, sino precisamente todo lo contrario, porque es sencillo, está bien escrito, y además contiene una temática universal que nos atraviesa: la pérdida y recuperación de los recuerdos. Una realidad inherente de todos, ya que somos instantáneas del tiempo que se borran lentamente en el ocaso de la memoria, y a la larga solo seremos imágenes que otros reconstruirán.

Así entonces, es que una forma de volver a encontrarnos, de sentirnos plenos interiormente, es traer de vuelta al corazón lo vivido para completar esa psicología temporal que nos fue negada: la infancia. Una negación involuntaria que también nos confirma que nacemos en contra de nuestra voluntad, y crecemos y creemos con los valores y los relatos familiares como parte de un ciclo espiritual y social. Por ello, bien dijo Emanuel Mounier que «La infancia no tiene tiempo. A medida que pasan los años, hay que conservarla y conquistarla, a pesar de la edad.» Sin embargo, conocer parte de esa edad temprana puede ser decepcionante, ya que en la adultez cargamos con recuerdos tomados por veraces, transmitidos sesgadamente por la familia, o lidiamos con una carencia producto del ocultamiento de alguna historia accidentada, evitando con ello un irreparable daño en la psicología infantil.

Anna Buitrago

Como sea, en «Indecible» (2022) hay mucho de esto y más, pues la historia de Anna Buitrago nos lleva a repensar que los lugares, las personas, los rostros, los olores, las palabras, son esas hojas de ruta a las cuales apelamos para buscar y hallar un pasado que recordamos, imaginamos, o nos convencemos en creer que es así. ¿Es tanto nuestro afán por rellenar los “espacios en blanco” de nuestra memoria íntima? Sí, porque nos sentimos parte de un tronco familiar, de un árbol genealógico que denota identidad, y porque todo aquel que sale de su tierra natal, y al regresar, desea reconstruir el pasado ausente para combatir una especie de amnesia disociativa involuntaria.

Lo cierto es que, como dijo Sófocles en Áyax, el tiempo, lento e infinito, va sacando a la luz cuanto está oculto, [y a su vez], oculta las cosas manifiestas. Una encrucijada cronológica en la que se embarca Anna Buitrago, la protagonista, quien llega desde España a Colombia para buscar los rastros de su padre, Hernando Buitrago, sin ninguna otra fuente que la tía Martha, hermana de su madre Alicia Arenas, una mujer aplacada por la falta de estudio, la tragedia del matrimonio, y con una ceguera paulatina que amenaza con dejarla anclada a una familia disfuncional.  

 

 

 

 

 

El pasado

Por eso, recogiendo las piezas del pasado, Anna dice: «El reencuentro con Martha fue bonito pero extraño. Casi no recordaba nada de mis familiares, solo una casa de bahareque con chambranas rojas, a la abuela, a la tía, y a unos niños mocosos que corrían sin ropa por el patio». Y para su sorpresa, su tía la reconoce inmediatamente como la hija de Alicia y Hernando (aunque no comprenda la insistencia en preguntar por su padre) esos miembros familiares que desea olvidar, pues su renuencia a mencionarlos tiene que ver con miedos infundados y una persecución del gobierno hacia dos maestros que se desviaron por la vía del Comunismo, la defensa de los Derechos Humanos y la batalla contra el abuso de las corporaciones ambientales con los campesinos.

Así las cosas, la frase inicial que da comienzo a «Indecible» (2022): «Después de mucha ausencia retorné a las calles que había caminado» es casi un érase una vez rulfiano que da pie a la protagonista para empezar a buscar en Pereira un recuerdo con cuerpo y rostro propio: Hernando Buitrago, y por ende, resolver el misterio incierto de su paradero.  «La ciudad fue mi punto de partida y el exilio la puerta de añoranza» dice Anna como una justificación, y así, el mejor medio para lograr reafirmar la búsqueda de su padre es escribir «Volver a Colombia me impulsó a escribir. Sentía la necesidad extraña de masticar nuevamente los momentos, de revolverlos en mis entrañas, expulsarlos, olerlos y recuperarlos.» Ya que comprender la realidad, es capturarla y asimilarla para sí.

Sin embargo, toda reconstrucción de un pasado puede ser contraproducente, pues no es posible saberlo todo sin evitar ser destruido por la verdad de los hechos. De modo que Anna está empeñada en llegar hasta las últimas consecuencias, a costa de dejar un romance en Europa con Xavier, un trabajo decente como periodista del Diario Nacional de España, y de encontrar en Pereira una ciudad hostil, llena de comercio, de malos olores, y recuerdos por armar igual que un puzzle.

Sintió miedo

Por ende, la expresión de la protagonista: «Sentí miedo por lo que podría acarrear conocer la verdad y pánico por la posibilidad de no entrar nada, de perder el tiempo tras haberlo abandonado todo para buscar fantasmas y tocar tierras ingratas» será el leitmotiv del relato imaginado por Lina María Benjumea, donde nos muestra una Anna yendo y viniendo a conversar con su tía Martha, leyendo los diarios de Alicia, su madre, y embarcándose de un lugar a otro preguntando por el paradero de su progenitor, hasta que descubre una verdad a medias: Hernando Buitrago ha muerto, aunque no se sabe cómo, ni dónde, pero sí por qué. Un asunto que deja perplejo a los lectores, y a la misma protagonista, quien “parece”, ante tal información, decide cerrar el ciclo de sus inquietudes filiales: «De repente me di cuento que lo que estaba haciendo era buscando un fantasma. Pensé que tal vez Alicia sabía que a Hernando lo habían asesinado y no quiso contarme para no hacer traumática mi infancia.»…«Pasé de la ira a la contemplación, del miedo a la tranquilidad; enterré a mi padre simbólicamente… Me prometí fluir olvidando los rencores, sin juzgar ni a Alicia ni a Hernando por sus pasos.»

 

 

 

 

 

Y vemos que ese deseo de búsqueda paterna es una burbuja, que en un instante refleja el universo y al siguiente, se revienta en el aire. Un nefasto hecho que le resta sentido a la empresa de Anna, pues esta ya no desea leer los diarios de Alicia, no confía en sus recuerdos, en su tía, en la ciudad, ni siquiera en ella misma. Aunque también esta cruda revelación del fallecimiento de su padre, se concibe como una catarsis liberadora: «Ese día di por cerrada la búsqueda del fantasma de mi padre y descendí de la verdad con la mirada iluminada y el caminar más sereno.» Luego de esto, el cambio de escenario en el relato nos sugiere la llegada de la pandemia del Covid-19 y la historia tomará otro rumbo inesperado, entregándonos un final tan sorprendente que sería este, parte del motivo, que llevaría al jurado del concurso literario en Pereira a determinar que «Esta narrativa no pierde de vista la globalidad del escrito y pone el foco en el lado oscuro de un país que no se resuelve a escapar del todo de sus demonios». Dictamen que le valdría a Lina María Benjumea el premio “Colección de escritores pereiranos” del 2021 de la Secretaría de Cultura de la ciudad.

Influencias de la cultura

Finalmente, este relato, que considero, tiene influencias tácitas de la cultura de la memoria o Bildungsroman, (“El gato y la madeja perdida” de Francisco Montaña, “Adiós al mar del destierro” de Lucía Donadío, o “El olvido que seremos” de Héctor Abad Faciolince), y el estilo femenino de la escritora pereirana Albalucía Ángel, dice mucho de Lina María Benjumea y su deferencia hacia la literatura departamental y universal, honrando con ello las formas, logrando ser fiel y contextual a la realidad colombiana de las familias separadas por la violencia, y concibiendo un interesante mundo narrativo de proporciones sociales.  

Por eso la autora, quizá conociendo el consejo de J.L. Borges de que en un buen relato hay que saber el principio y el final, y lo demás es resolver problemas al interior de la narración, nos lleva hasta la selva colombiana del Caquetá, donde termina la odisea y las preguntas acuciantes de Anna, ya no tanto por su padre, como sobre ella misma, entendiendo de que ahora es una hoja desprendida de un árbol, destinada a viajar con el viento y a retoñar en otra realidad personal. «Despegarme de todo y de todos era mi destino inmediato”, concluye Anna, y esa es su verdad más valiosa.

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