James Llanos Gómez
Curador sala de exposiciones Carlos Drews Castro
La pandemia a causa del Covid-19 fue el acontecimiento político, económico, cultural y sobre todo social mundial que ha marcado la historia de los terráqueos y que, la salud le tocó lidiar con este animal imperceptible y potente como el big bang, (tanta energía concentrada en un tamaño del grande de la cabeza de un alfiler) en pleno siglo XXI mejor dicho, cada siglo cuenta con su suceso: guerra o pandemia, este virus actual fue el nuestro, con el que tendremos que convivir por muchos años.
Lo anterior para decir que este fenómeno de salud nos confinó en la primera etapa de expansión en el año 2020 por decreto a nivel mundial en algunos países y en otros por educación; no importa, nos guardó a sobrevivir en 42, 70, o 120 metros cuadrados domésticos, lo que desencadenó una serie de problemas nucleares sociales, culturales y emocionales en el seno familiar: se acabaron los encuentros sociales, las salidas a paseo, los momentos recreativos lúdicos, se perdió el encuentro familiar, de los compañeros de estudio y de trabajo, este bicho asesinó el ADN de los humanos, “el encuentro” como fenómeno constructor de pensamiento de manera directa en tiempo real y apareció la virtualidad. Todo se detuvo como en una película de ficción, y como siempre, en todas las dificultades sociales a todo nivel, aparece el arte, este susurro que salva al que se quiere quitar la vida, alienta al enfermo espiritual, reanima al desvalido y da perrero al alma.
Los espacios de creación, presentación o de exhibición, fueron uno de los más perjudicados, los artistas daban conciertos de lo más gracioso, un grupo de cámara por ejemplo: el chelista en Canadá, la violinista en Miami, la pianista en Buenos Aires y la flauta traversa en Cuba, el arreglista y sonidista en Pereira; sonaba y suena de maravilla la interpretación con un agravante, que se perdió el ruido del que se acomoda, del que tose y de la silla que chirria, ruidos que también se vuelven música, asimismo con todas las áreas de la creación, se perdió el calor y hasta el frío de las salas, la performance del artista en vivo, dándola toda para robarnos un latido del corazón y el aplauso, como lluvia de sentimientos encontrados.
En las salas de exposición se perdió la visual en vivo de los artistas mundiales, de nuestro país, de la región y la ciudad, hoy es de una impersonalidad tal que se suprimió la huella humana, como lo hizo la globalización con la economía y la producción en serie aplicada a lo cotidiano.
Es por ello que en conversación en el centro de negocios y de encuentros sociales y culturales de Torre Central, Germán Ossa, nucleó alrededor de una mesa de acero inoxidable, una serie de personajes y conversos, artistas de todos los géneros, óigase bien, de todos los géneros que salvamos la papeleta. Un encuentro pertinente y de inteligencias que abordamos temas científicos, humanos, aplicados, exactos entre otros, que ha nutrido un nicho fresco y acogedor, donde surgió o se desglosó la decisión de realizar una alianza interinstitucional entre la Gobernación de Risaralda y Alcaldía de Pereira a través de las salas de exposición Camilo Mejía Duque y la Carlos Drews Castro, respectivamente, donde se han ejercido hasta la presente, tres criterios estratégicos:
Espacio de escuela como provocadora a la creación, a partir de la apropiación de las imágenes, gestos o estéticas de los artistas presentados, que de alguna manera siembran una semilla en los visitantes en formación, para seguir este camino o simplemente, le genere un desacomodo o le permita una reflexión que desencadene movimiento, intencionalidad y predicción.
Formación de públicos que han generado una apropiación de espacios que no existen para el común y que son tan necesarios como fundamentales para saber qué ciudad habitamos, qué talentos tenemos o se presentan y hasta entender el mundo por otros canales; estos multiplicadores de patrimonios intangibles se convencen que lo contemplado es realizado no por superdotados, sino por personas de carne y hueso.
El arte como pre-texto al encuentro no solo entre compañeros visitantes en un espacio mágico sino, un cara a cara con la obra de los artistas exhibidos en estas salas, momentos que despiertan emociones y sentimientos, recobrando en cierta forma la caricia, la piel, la textura, el color en vivo y los olores a los materiales de la creación estética, asimismo un compartir con afecto.
Esta alianza entre espacios comunes ha generado una lectura del arte con paradigmas diferentes: tocando las obras, descolgándolas, sintiéndolas, comprobando su peso, su constitución y hasta el saber que una obra de arte hecha por un artista nuevo o consagrado, es también un producto que, al cogerlo y sentirlo, transmite sensación y provoca a la indagación, concluyendo que todo lo hecho por los seres humanos es de los seres humanos y para los seres humanos.
Esta semana que pasó, el artista Sebastián Molina que llenó la sala de exposición Camilo Mejía Duque tuvo el placer de abrazarlos y darles un mensaje de lejos a los niños, niñas y jóvenes de la institución Casa de los Sueños, “que la belleza o fealdad tiene formas abstractas sencillas alcanzables”, a través de sus paisajes al óleo y de un pliego; asimismo el artista Carlos Tulio Suárez con su colección “Mi Palmarés”, grabados en mediano y pequeño formato, les trasmitió lo siguiente: “los premios de vida que me han tocado el borde periférico sensible del corazón gracias a mi disciplina, permiten registrar en la retina del espectador, una sensación indefectible: que la vida y la muerte son dos viejos amigos”.
Experiencias todas, respetando y siguiendo a carta cabal, todos los protocolos de bioseguridad.
Que viva el ARTE !