En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros». PALABRA DEL SEÑOR
REFLEXIÓN
“AL ATARDECER DE LA VIDA, SE NOS JUZGARÁ EN EL AMOR”
A ustedes los que me escuchan les digo: amen, hagan el bien y bendigan. Un desafío enorme de Jesús para los discípulos de su tiempo; y para los de todos los tiempos. Combatir la dinámica de la exclusión, del rencor, de la envidia, del odio, de la codicia… fenómenos que sólo producen una fragmentación gradual de la sociedad, que han generado heridas dolorosas y profundas en muchos hombres y mujeres que han peregrinado y peregrinan en esta vida. La frontera moral que ha sido traspasada; cuando no se reconoce en el otro el valor de su dignidad; cuánto sufrimiento no se ha generado con estas acciones bélicas en menor escala, los unos contra los otros (calumnias, broncas, rencores, desprecios, hurtos, asesinatos…), aspectos dolorosos y trágicos que han marcado la vida de muchos, que nos han hecho menos humanos tanto para los que sufren como para los causantes; situaciones que sólo generan caos, destrucción y desazón.
Una vida improductiva e infecunda, porque no se alcanza el ideal de la felicidad, porque se frustra el proyecto de Dios. Claramente nadie se puede sentir realizado, si contemplamos el rostro de los demás, ¡vemos que las cosas no andan bien! esos miles de rostros nos retan; sus gritos nos desgarran el alma, es escuchar la voz del hermano que nos pide empatía, y a la vez la de Dios, que clama justicia.
¿Dónde está el amor? Porque parece que ya se nos olvidó. Sin embargo hay motivos de esperanza, la humanidad no está perdida, aún hay hombres y mujeres que quieren ir en contra de la corriente del odio; que quieren recuperar el cauce mediante la revolución del amor.
Jesús propone unas dinámicas nuevas y complejas, frente a las estructuras del mundo de su tiempo, similares a las nuestras obviamente; pide dar el primer paso con gestos ‘irracionales’ “al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidan que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames”. Sólo leerlos nos genera impacto; eso es la pura lógica del amor, algo irracional. Pero para ello hay que tener un amor colosal, un amor sin límites y medida. Es el “dar hasta que duela” que decía la Madre Teresa de Calcuta.
Amar y orar por los enemigos; un elemento esencial para vivir la experiencia del Reino, la renuncia al odio, a la violencia y a todo lo que Dios no acepta. Pienso que esto no es fácil para el campesino que ha tenido que abandonar su estilo de vida en el campo, porque grupos armados los han desplazado de sus tierras; o en aquella madre, a quien le han asesinado a su hijo injustamente; o aquel obrero que se siente robado laboralmente, porque no le pagan lo justo y que tiene que aguantarse por necesidad; aquel padre que vio como a su hija un psicópata le dañó la vida a causa de una violación; o aquel enfermo que sufre amargamente las secuelas de un sistema de salud deficiente, por culpa de un administrador ladrón… miles de historias, que nos harían pensar en que es un imposible, el perdonar.
Estos preceptos morales relacionales de esta perícopa del Evangelio dominical, era un manual de vida para las primeras comunidades cristianas; el ser objetos de burla, persecución, discriminación, violencia… cómo ser buenos con aquellos que no saben ni experimentan la bondad. El “ser misericordiosos como Dios es misericordioso”, definitivamente es la clave, es asumir la lógica del Padre, que desborda toda comprensión humana, parece irracional y utópica, pero si somos conscientes del camino que hemos elegido; comprendemos que la única forma es identificarse con Jesús. Esta es la característica más absolutamente cristiana, y a la vez la exigencia más radical, es el cimiento de todo el constructo moral. Si no, estamos condenados a la experiencia del fracaso.
La medida es el amor, es la única solución para rescatarnos. El cristiano tiene que apasionarse, promover en todos sus círculos sociales, acciones eficaces e ilógicas actuando en contra de lo que ya parece ‘paisaje’. Amen, hagan el bien y bendigan, y todo cambiará.