En Cien años de soledad, Gabriel García Márquez dibuja un pequeño mundo en la aldea de Macondo. El realismo mágico relata la verdad con tintes de mentira, pero paradójicamente, en el relato siempre subyace, antes que nada, la verdad. Uno de los datos que hay escritos en esta novela colombiana, por demás, premio Nobel de literatura, es la cruenta guerra que sufrió nuestro país entre conservadores y liberales en los años 1899-1902. Esta violencia se extendió también durante el siglo XX (1903-1958) y llegó a su clímax con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948 que dio origen al denominado Bogotazo. Posteriormente, un golpe de Estado haría gobierno la dictadura del militar Gustavo Rojas Pinilla y posteriormente nacería el Frente Nacional con el ánimo de apaciguar la violencia en el país.
Esta atmósfera de terror y crueldad reptaba por la hermosa tierra colombiana hasta los más recónditos recodos de la selva. Belalcázar, Caldas fue uno de los pueblos que más sufrió a expensas de la violencia bipartidista, el asesinato y la masacre en las que matar a machete y plomo era cosa de diario y por cualquier razón. En las ensoñaciones de García Márquez el coronel Aureliano Buendía cundía el terror liberal a un pueblo de entrañable celo conservador, y en las carnes de la patria, hermosa cual ninguna, supuraban los hedores de la guerra. Una guerra perenne que hoy más que nunca parece inmarcesible.
El 29 de noviembre de 1888 fue fundado Belalcázar por arrieros antioqueños que fueron beneficiados por la caridad de don Pedro Orozco cuya bondad donó solares a los primeros pobladores. La parroquia del municipio de Belalcázar, Caldas recibe el nombre y tiene el patronazgo de La Inmaculada; se construyó poco después, al punto de ser fundada oficialmente en junio de 1896, a finales del siglo XIX a través del Decreto especial 69 de julio 04 de 1924. Su erección y dedicación tuvieron lugar relativamente poco después de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción de María Santísima que el papa Pío IX proclamó el 8 de diciembre de 1854.
El municipio rige 32 veredas, entre las cuales al menos 5 tienen capilla para el destino del culto. Sin embargo, la pastoral que llevan a cabo los presbíteros Rubén Darío Herrera y Rodrigo Leal no ven obstáculo en visitar con sumo fervor y celo pastoral las casas de los fieles campesinos que habitan las demás veredas del pueblo, que, aunque sin capilla, celebran la Sagrada Eucaristía a semejanza de los primeros cristianos, en la humildad de sus hogares.
La parroquia posee el emblemático monumento a Cristo Rey, una estructura de concreto armado con 45. 5 metros de altura. En su interior se encuentra una capilla en la que se celebra la Eucaristía todos los domingos a las 3 de la tarde y que permanece abierta a la piedad de los fieles y a la curiosidad de los turistas. La estructura puede recorrerse hacia dentro a través de 154 escalones que llegan hasta la cabeza de la imagen, a la cual se accede después de subir por el vértigo de una escalera de caracol. En la mitad del recorrido se puede salir a un balcón ceñido en las afueras del monumento y que permite ver 11 municipios y dos hermosas cordilleras; el azul de las montañas y dos celosos ríos, el Causa y el Risaralda, cuyos cauces se contradicen como la razón del mundo, pues mientras que uno viene, el otro va en un vaivén que surca de Sur a Norte (Río Cauca) y de Norte a Sur (Río Risaralda).
El padre Antonio José Valencia Murillo en 1947, menos de un lustro después de la II Guerra Mundial, con la esperanza religiosa de acabar con la guerra bipartidista en el país, especialmente en Belalcázar, decidió construir el Monumento a Cristo Rey, con la ayuda del escultor antioqueño Antonio Palomino Tovar, el arquitecto Libardo Gonzáles, el ingeniero Alfonso Hurtado Sarria y el maestro de Obra Francisco Hernández Jaramillo.
El terreno lo donó la familia Ángel Arango, un cerro llamado el Alto del Oso, el cual, con ayuda de viejos, jóvenes, niños y mujeres fue despicado hasta aplanarlo lo suficiente para construir la imagen que ostenta ser la cuarta escultura más alta del mundo, incluso más que el Corcovado de Brasil y que señala con sus brazos el sol naciente el poniente, dando así el abrazo de paz que simboliza su efigie. El 3 de enero de 1954 la obra se inauguró con el ingreso simultáneo y multitudinario a la sagrada estructura de 2500 personas y una misa campal presidida por monseñor Álvarez Restrepo, primer obispo de Pereira.
La parroquia administra el monumento, visita las 32 veredas y las diferentes comunidades de Nueva Evangelización junto con sus semilleros. Es una comunidad de fieles con un profundo y arraigado espíritu conservador que sueña y cree que en el país y en el mundo es posible la paz de Dios. FUENTE: SEMINARIO MAYOR DE PEREIRA.