Andrés Galeano
Existe en unos pocos la extraña aversión a torcer la realidad, a ir en contravía de los hábitos más comunes, para plasmar en la pantalla o el papel, delirios, conjeturas y emociones, que muchos llaman poesía. “Arte solitario y milenario” que suele conjugarse entre muchos, para dar vida a una antología que contenga, en su pluralidad, un espíritu evocador que avance hacia el mismo abismo. Como aquí sucede.
Esta obra es el resultado de un proceso intimista y riguroso, desde allí Mariana Olarte, Juan Camilo Restrepo, Mayra Yulitza Perea, Camilo Villota, Dana López y Jaime Aristizábal, se proponen romper el silencio de la noche con 47 poemas que apuntan directo al corazón, que matan el pensamiento y no dan tregua, ni respiro a la pausa: “irrevocable misión del poema”.
Suele pensarse el título como una marca-presagio de lo que nos espera, de lo que podremos encontrar o nos podrá encontrar, incautos e inadvertidos en el ojo del huracán. Esta no es la excepción. “Autorretrato con la muerte en el espejo” evoca el amor nostálgico y fallido de la vida que se va, que se agota en el recuerdo del amante que se fue, dejando su aroma por todos espacios de la habitación. Esta obra es, del modo más general, un grito amplificado y coral del amor molido a golpes y besos. Del amor que se quiebra en el espejo, mientras la muerte se asoma y sonríe, porque sabe que tiene todo el tiempo del mundo. Que el triunfo es suyo.
Con esta antología se pone en evidencia la gran sentencia nietzscheana: “Todavía está abierta la tierra a las almas grandes”.
Espero, como hijo de las montañas cafeteras, que este colectivo de escritura con Alan Gonzáles a la cabeza, continúe fortaleciendo el patrimonio cultural regional. Y que estos seis jóvenes poetas sigan ejerciendo el masoquismo literario, colmando con su magín y sus versos la mente del lector precoz del siglo XXI.
Solo la poesía podrá salvarnos del silencio atarugado. Solo ella, con sus cuchillos de Jattin, podrá hacernos libres en cada verso y en cada punto suspensivo.
LOS POETAS
De miradas habla la noche
(Mariana Olarte Guarque)
Escribo sobre ti
Las líneas efímeras en los diarios desaparecen, mientras escribo mi nombre
sobre tu pecho con tinta indeleble
cuando la ciudad calla, las luces no cantan, y los infortunados no sueñan.
Escribo un libro sobre ti, en la mitad de la guerra,
justo cuando el mundo se vuelve cenizas, el aire pesa
y se acaba la vida de a poco.
Escribo porque no sé llorar
(Mayra Yulitza Perea Montaño)
Siento la angustia que se hospeda, densa, entre mi laringe y la bilis.
Regresa con el tiempo el miedo y me incita a caer
donde pronto estaremos separados por la inmensidad de los océanos
y este contacto no es más que el intento de no olvidar cómo es sentirte.
El vértigo me deja suspendida
entre abismos y raíces.
Pero tu mano no me deja despertar,
anula las figuras apuradas que están en el aeropuerto,
su presencia se desdibuja,
ignoro su ruido y su afán,
y se empoza mi certeza en tus falanges
mientras memorizo con pereza las grietas de tu piel.
Hasta que suena el altavoz del lugar
y me distraigo con una voz fuera de tiempo,
que habla de un futuro que no entiendo porque no incluye sentirte.
Inmediatamente busco tu piel.
Nuestras manos se juntan y se conocen otra vez,
y en la fugacidad de tu tacto
se desvanece el reloj.
Desde el sur
(Camilo Villota)
Vete
Vete ahora,
y no mires atrás,
vete con tu rostro impávido, sin lágrimas en los ojos,
sin pensamientos vagos de mí, por el sendero más lejano,
sin que te cueste hacerlo….
Vete sin mojarte pisando charcos fabricados por la lluvia,
hasta que tu cabello se torne gris, hasta que no tengas memoria, vete para no extrañar mis besos, para no soportar mis caricias,
vete con el tiempo y las sombras del pasado, vete al viento,
vete.
Lo que el día deja de mí
(Dana López González)
Autorretrato con la muerte en el espejo
En mis ojos la muerte tiene la alegría azul del cielo y el mismo fulgor del sol alumbra el alma, es el silencio de las aves, el gorjeo triste de toda despedida, el gran aviso de la partida.
El hormigueo del dolor en este cuerpo envejecido y mallugado hurga en los entresijos del aliento que, aunque apesadumbrado, rebosante de calma.
El sabor del eneldo en mis sentidos se transporta con el aire hasta el cerebro, con nostalgia, recuerdo la época de las pasadas andanzas, la utopía que clamaba la juventud, la historia de la virginidad triste, el alborozo deseo por lo desconocido. ¡Años aquellos!
El pasar del tiempo escupió mi cara, ahora, el placer es mi enemigo, el insomnio es quien me abraza, pero llevo conmigo la fuerza de los sueños y la calma del silencio que, se disipa con la lluvia muda que cae sobre la soledad de este blanco cabello.
Acto de poder es verme al espejo con el rostro hendido, las manos agrietadas y los lomos caídos; corre por estas venas el pavor del reflejo, fría, helada e inquietante sensación de suplicio y deleite.
Se aleja mi sombra con pasos apresurados y se confunde con la noche, se precipita la vidriosa muerte como corriente de agua y fuego, luego se desvanece entre suspiros.
Cierro la mirada, camino por el eterno pasillo que encandelilla el brío de la existencia. Hallo plenitud.