Francisco Javier López Naranjo
No quiero escribir palabras manidas sobre el maestro. Solo sé que en mi aprendizaje literario recuerdo con gratitud a mi anciana maestra de kínder, doña Graciela, en Cartago (Valle), que gastó numerosas cajas de tiza tratando de amansar mi indócil mano para enseñarme a escribir, y a los maestros de educación primaria que utilizaban cartillas de lectura donde leí los primeros sonetos:
VERANO
(Marquina Eduardo)
Verano, agosto: declinaba el día,
pintado el cielo de vapores rojos,
y volvían, pisando los rastrojos,
dos niños —ella y él— a la alquería.
Ella callaba; el chiquitín decía:
—Yo era un soldado, y cuanto ven tus ojos,
no eran parvas de trigo, eran despojos
de una batalla en la que yo vencía.
—Pero, ¿y yo? —Deja, espera: ebrio de gloria,
yo volvía después de la victoria
y a ti, que eras la reina, te llamaba…
—No…, no…; la reina es poca cosa; yo era
—dijo la chiquitina — una enfermera;
¡y tú estabas herido… y te curaba!
CONSTANCIA (A UN IMPACIENTE)
(Manuel de Sandoval)
Lo que no puedas hoy, tal vez mañana
lo lograrás; no es tiempo todavía.
Nunca en el breve término de un día
madura el fruto ni la espiga grana.
No son jamás en la labor humana
vano el esfuerzo, inútil la porfía:
el que con fe y valor lucha y confía
los mayores obstáculos allana.
Trabaja y persevera, que en el mundo
nada existe rebelde ni infecundo
para el poder de Dios o el de la Idea:
¡hasta la estéril y deforme roca
es manantial cuando Moisés la toca
y estatua cuando Fidias la golpea!
Sonetos que vibran en mis añoranzas o lembranzas, este último vocablo un anacronismo que revivo por su eufonía. Tampoco puedo olvidar al ilustre sacerdote, el pbro. dr. Isaías Naranjo, tío mío, que me permitía fisgonear en su vasta biblioteca, donde aguardaban los grandes clásicos de la literatura universal, y que en cierta ocasión dejó adrede en su escritorio una revista con una historieta del gran poeta mexicano Amado Nervo.
Este mismo sacerdote, que era como mi padre y el de mis hermanos, me motivaba a aprenderme poemas para las izadas de bandera, que despertaron en mi niñez el amor por la poesía.
También rememoro al profesor de español en mi bachillerato que dudó de mi autoría de una redacción sobre la selva, que nos había puesto de tarea. Gracias a él me di cuenta de mis capacidades literarias.
Evoco a los maestros Octavio Hernández Jiménez y Francisco Javier Alzate Vallejo, quienes me dieron valiosas enseñanzas sobre el arte de escribir y me apoyaron en este arduo camino de la literatura, al maestro pereirano Jaime Ochoa Ochoa, corrector de varios de mis libros y profesor de literatura hace muchos años en la capital risaraldense.
Como la música también ha formado parte esencial de mi existencia agradezco al maestro Aureliano Ramírez, quien me enseñó clarinete. Gracias a ello pude ingresar a la Banda de Músicos de mi pueblo en la que milité durante varios años.
Decía Borges: “No soy maestro de nadie, soy discípulo de todos”. Desde esta perspectiva, de todos podemos aprender.
Considero la vida como un proceso de aprendizaje continuo y a nuestra propia conciencia como nuestro Maestro Interno. Gratitud infinita a esa Fuerza Interior que me ha rescatado de tantos abismos y me impulsa al amor fraterno.
Para finalizar qué más propio que el magistral soneto “Al maestro”, de mi paisano, el escritor, poeta y ex docente Gersaín Restrepo Agudelo:
AL MAESTRO
(Ganador del I Certamen Literario de Sonetos “Francisco de Quevedo”, en abril de 2018, promovido por la editorial española Letras Como Espada, por lo que figura en la antología Sonetos XXI
Faro fulgente de este mundo incierto
que en el piélago turbio de la vida,
irradiando su luz, siempre encendida,
al discípulo guías hacia el puerto.
Maestro, ¡eres también un misionero!:
en tu noble labor, ardua y paciente,
siembras a manos llenas la simiente
con amor, esperanza, fe y esmero.
¿Quieres dejar tu huella en la docencia?:
perdón y amor prodiga en abundancia;
de la araña practica su paciencia;
del búho, su ejemplar sapiencia toma,
aplica de la abeja su constancia,
e imita la humildad de la paloma.