Maritza Salazar Velasquez Columnista Una mañana cualquiera, después de apagar la alarma y saltar de la cama, descubrí que no era la misma, se me habían acabado las ganas. Mis brazos estaban fornidos por la fuerza con que remaban, pero tiré el remo y me bajé del bote, ya no quería remar, ahora nadaba. Empecé…