No se necesita recorrer muchas vías para ver que estos espacios, robados a las calles con muchas dificultades, son utilizados para todo menos por los ciclistas.
A lo largo del tiempo las sucesivas administraciones de la Ciudad han hecho muchas inversiones y construido obras innecesarias, o inútiles, o que pueden tener sentido pero que sencillamente nadie utiliza, pero ninguna como las llamadas ciclorrutas que se construyeron especialmente en el gobierno del alcalde Juan Pablo Gallo.
Las ciclorrutas son espacios dispuesto para que las personas que utilizan la bicicleta como medio de transporte alternativo para ir a su lugar de trabajo o para regresar a su hogar, o simplemente para recrearse o hacer deporte, puedan desplazarse cómoda y rápidamente, y sin ningún riesgo de ser atropelladas por un vehículo.
Lamentablemente, en nuestra ciudad estas franjas de vía son utilizadas para todo menos para el uso de las bicicletas. No se necesita recorrer muchas vías para ver que estos espacios, robados a las calles con muchas dificultades, son utilizados para todo menos por los ciclistas.
Basta recorrer la carrera séptima y la octava entre El lago y el Parque de La Libertad, o la séptima entre El Lago y el Palacio de Justicia, o la calle 21 ente el Parque Olaya y la carrera octava, para solo hablar de algunas de las más céntricas, para ver, como lo muestra la fotografía publicada por este periódico el pasado domingo en su primera página, que el espacio de las ciclorrutas permanece lleno de camiones repartidores de gaseosa, de furgones, de motos, de carretas de frutas, de ventas ambulantes, de cocinas al aire libre y de vehículos de todas las denominaciones.
Entre tanto las escasas bicicletas que por alguna razón circulan por el centro, viajan, las más de las veces a toda velocidad, por el carril del solo bus, por en medio de los vehículos y por los andenes poniendo en peligro la vida y la integridad de los personas que caminan por las calles.
Todo esto en medio de la más absoluta indiferencia de las autoridades de control del espacio público que nada hacen por controlar su descarada invasión, y de las de tránsito que pareciera que nada les importa que esta franja se haya convertido en el parqueadero permanente de motos, de moto-carros, de camiones y en general de todo tipo de vehículos.
La pregunta que todos los pereiranos se hacen es, si vale la pena seguir sacrificando un espacio tan significativo de las vías, especialmente cuando la ciudad que tiene unas calles excesivamente estrechas y además, que permanecen llenas de vendedores ambulantes; para mantener un servicio que, primero tiene escasísima utilización, y segundo, que las autoridades no han sido capaces de garantizar. Mientras tanto, lo mínimo que se espera es que de vez en cuando las autoridades respectivas le den una vueltica a las distintas ciclorrutas que hay en la Ciudad y por lo menos garanticen que estas franjas no sean el parqueadero público que son hoy.