No hubo durante los días santos, un solo hecho doloroso de inseguridad, de incultura, de taponamiento de vías, de intranquilidad, de hostilidad y de violencia que lamentar.
Terminada la Semana Santa con la celebración del Domingo de Resurrección en todas las parroquias de la Diócesis de Pereira, vale la pena destacar la extraordinaria participación de los risaraldenses, la devoción en los distintos actos religiosos programados, el recogimiento de los participantes, el orden en las procesiones y la puntualidad con que se cumplieron los diferentes eventos realizados.
Decenas de miles de cristianos se agolparon en las distintas iglesias para escuchar las homilías de los diferentes pastores y sus reflexiones sobre el momento que vive el país, los conflictos políticos y económicos que azotan al mundo, y para participar de los actos conmemorativos de la pasión y muerte de Jesús y de su triunfante resurrección, así como para renovar la Fe en Cristo Jesús.
Igual lo hicieron para desfilar por las calles aledañas a las diferentes parroquias y a hacerse parte de las procesiones y eventos que cada una programó como parte de la rememoración del sacrificio que hizo Jesucristo en la cruz para limpiar del pecado a quienes creen en él y están dispuestos a confesarlo y arrepentirse.
Fue todo una programación ejemplar, un orden inmejorable, una puntualidad que vale la pena destacar, un respeto por las creencias ajenas admirable, un recogimiento sobrecogedor, una devoción admirable y una cultura no solo de quienes participaban de los actos religiosos, sino de los ciudadanos del común, digna de poner como ejemplo.
De otro lado, cientos de turistas vinieron a la Ciudad y a la región en busca de unos días de descanso, de tranquilidad, de seguridad y de conocer o repetir las riquezas naturales y turísticas del Departamento, de disfrutarlas, de explorarlas y de apreciar lo que ofrece esta tierra sin igual que es Risaralda.
Pero sobre todo, vinieron atraídos por la proverbial bondad, generosidad y disposición de servicio de los pereiranos. Y el resultado no puede ser mejor. No hubo durante los días santos, un solo hecho doloroso de inseguridad, de incultura, de taponamiento de vías, de intranquilidad, de hostilidad y de violencia que lamentar.
Fue, pues, una Semana Santa digna de ejemplo, bien por la forma como los pereiranos y los visitantes conmemoraron la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, o bien por el buen comportamiento de quienes simplemente atraídos por la tradición religiosa de la Ciudad o por la fortaleza de sus atractivos turísticos y comerciales, vinieron a pasar los días santos en la región.