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lunes, junio 5, 2023

Un mal que crece

No puede ser más dramático el informe que acaba de entregar el Instituto Nacional de Salud sobre el suicidio en el Departamento. Según este documento, entre el primero de enero y el 30 de abril de este año, 451 personas se intentaron quitar la vida, lo que significa en promedio cuatro personas cada día.

Este aterrador registro no es ajeno al comportamiento nacional, aunque sí pone al Departamento como una de las regiones del país con mayor crecimiento de este complejo problema social. De acuerdo con el informe, mientras en los primeros cuatro meses del año pasado, los intentos de suicidio en Risaralda fueron 402, este año se presentaron 451 en el mismo período.

Esto con dos agravantes, el primero es que los registros que lleva el Instituto Nacional de Salud, no reflejan la realidad del problema en la región y en el país. En no pocas ocasiones, cuando los efectos del medio utilizado para suicidarse no fueron tan letales, los familiares de la víctima prefieren no reportar el caso a las autoridades, o hacerlo de tal manera que no aparezca como un intento de autoeliminación.

Las motivaciones, por supuesto, son diversas y están al estudio y análisis de los estudiosos de este singular comportamiento humano, pero preocupa que cada vez parezcan ser menores, menos trascendentes y más influenciadas por circunstancias ajenas, las razones que han hecho entrar a las víctimas en crisis mental.

Las informaciones y los relatos alrededor de un hecho de suicidio o de un intento de autoeliminación, dan cuenta de historias de vida increibles y de circunstancias que con intervención de actores importantes como las entidades dedicadas a atender este fenómeno social y a apoyar a quienes están pasando por momentos dificiles, y las propias autoridades, se podrían muchas veces superar.

El segundo agravante es que en la Ciudad, como también ocurre en el país, las autoridades no tienen ningún programa dirigido a detectar tempranamente cualquier manifestación o comportamiento que pueda interpretarse como una señal de que la persona está viviendo un conflicto interno grave y puede desembocar en una decisión irreversible con su vida. Tampoco hay una ruta establecida de ayuda y apoyo profesional para esos casos que ya hicieron crisis y que hacen parte de esas cuatro personas que cada día, en un momento de desesperación, atentan contra sus vidas y que, por fortuna, no se cumple su doloroso propósito.

La Ciudad no puede seguir siendo testigo insensible ante un problema que ha alcanzado dimensiones aterradoras y que la está poniendo ante el país como una sociedad indolente, mentalmente enferma, incapaz de atender las dificultades de salud de su población y que ha perdido el valor de la vida. Ojalá, reaccione y se ocupe de este doloroso mal.

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