No pueden ser más desalentadores los datos de las personas que fueron sorprendidas en flagrancia por las autoridades cometiendo un delito, o que después de una investigación y un seguimiento juicioso fueron detenidos o capturados, y que la justicia dejó en libertad con distintos argumentos.
Según registros oficiales, en lo que va corrido del año la Policía ha capturado en Pereira y su área metropolitana 2.214 delincuentes, de los cuales 1.717 fueron cogidos en flagrancia y 497 producto de una investigación y de una orden judicial; pero apenas 394, menos del 20%, fueron enviados a un establecimiento carcelario, los demás fueron dejados en libertad o les fue concedido el beneficio de detención domiciliaria.
Las razones que esgrimieron los jueces para devolver a la calle a los delincuentes detenidos o capturados, van desde no constituir un peligro para la sociedad, hasta porque el delito cometido tiene una pena menor a cuatro años, pasando por no ser un obstáculo para la investigación o no haber riesgo de obstrucción de la justicia.
Con qué ánimo una persona que ha sido robada o atracada en la calle, o víctima de una cualquiera de las tantas acciones delictivas, o que se arriesga a enfrentar al delincuente que la va a robar y lo ayuda a detener, va ante las autoridades respectivas a poner la denuncia, si sabe, porque ya le ha pasado, que el delincuente va a ser dejado inmediatamente en libertad y al día siguiente se lo puede encontrar en el mismo sitio, cometiendo los mismos delitos.
Y qué poder de disuasión puede generar en una persona o en la sociedad, la detención que haga la Policía o la Fiscalía, si 24 horas después el juez de control de garantías que conoce del caso, deja en libertad el detenido con el argumento que no cree que sea un peligro para nadie, o que pueda obstaculizar la justicia mientras se sigue la investigación, o porque la pena a cual se podría hacer acreedor es muy pequeña.
Qué cosa distinta a más inseguridad es lo que pueden transmitir más de 2.000 delincuentes sueltos en la calle viendo a ver a quien le arrebatan el celular o le ponen un cuchillo para que entregue sus pertenencias, o distribuyendo estupefacientes, o extorsionando, o arrancándole los espejos a los vehículos, y además, sabiendo que en caso de ser capturados lo máximo que les puede pasar es una incómoda noche en un calabozo de la Policía.
Mientras esto no cambie, mientras la ley penal sea tan permsiva, mientras no haya cárceles suficientes para recluir tanta delincuencia y mientras las aurtoridades judiciales conserven el mismo criterio que hoy aplican, la inseguridad en la ciudad seguirá creciendo todos los días y la única manera de que los ciudadanos estén a salvo será encerrándose en sus viviendas y dejándole la calle a los delincunetes.