Si lo que quiere es una que haga el ridículo, que sea el blanco del odio de los bandidos y que ofenda el alma de la patria y el honor de los miembros de la institución, lo está logrando.
Algo anormal tiene que pasar en la Policía Nacional. No puede ser corriente que apenas unos pocos meses después de haber sido designados Director General de la Institución y Subdirectora General, entre otras cosas en medio de una barrida inédita de 23 destacados generales, hayan sido ambos llamados a calificar servicios con un lacónico comunicado de agradecimientos.
Tampoco puede ser normal que de la mano de estos dos oficiales haya salido también una veintena de oficiales de todos los rangos y que el reemplazo del General Henry Sanabria, en la Dirección General, no haya sido un miembros activo de la Institución, sino que haya sido llamado un oficial en retiro que hace más de año y medio había dejado la Policía.
Mucho menos puede catalogarse como natural que cientos de oficiales y suboficiales hayan pedido la baja de la Institución durante los ochos meses que van corridos del gobierno del presidente Petro y que a su salida la expresión general haya sido de pesadumbre por lo que está pasando al interior de la Policía.
Y ni que decir que en los distintos círculos de la vida nacional la creencia generalizada sea que al interior de la Policía hay un creciente malestar por el poco apoyo que le da el Gobierno a sus miembros en la difícil tarea de defender las instituciones y de garantizar el orden y la seguridad de los colombianos.
Pertenecer a la Policía siempre fue un orgullo para cualquier colombiano y llevar el uniforme era una satisfacción no solo por el servicio que se le estaba prestando a la patria, sino porque esa prenda inspiraba respeto, autoridad, confianza y seguridad para los ciudadanos, y porque se sabía que se contaba con el respaldo del Gobierno Nacional.
Hoy lamentablemente primero son los delincuentes, los que actúan al margen de la ley, los que ejercen la justicia por su propia mano, los que no reconocen la autoridad, los que amigos del desorden, los vándalos, los integrantes de la primera línea, los indígenas, los guerrilleros y los narcotraficantes; y por último los miembros de la Policía.
Qué orgullo puede producir pertenecer a una institución que los obliga a llamar cercos humanitarios a los secuestros, que no les permite defenderse cuando son atacados, que les prohíbe capturar a los delincuentes, que no les deja perseguir a los criminales y que los obliga a mirar inertes cuando los vándalos destruyen las ciudades, saquean los almacenes y roban los establecimientos financieros.
¿Qué clase de Policía es la que pretende tener el actual gobierno en Colombia? Si lo que quiere es una que haga el ridículo, una que sea el blanco del odio y la perversidad de los enemigos del orden, y una que ofenda el alma de la patria y el honor de los todavía muchos miembros de la institución, dolorosamente lo está logrando.