Los pereiranos y en general los habitantes del Departamento eran reconocidos en todo el país por ser personas especialmente amables, acogedoras y serviciales con quienes venían de otras partes del país o del exterior a montar sus empresas, o trabajar, o a instalarse con sus familias.
Aquí se decía siempre que el pereirano se desvivía cuando llegaba una persona nueva a vivir en las cercanía o a integrar su comunidad, por servirle, por ayudarle y por hacerla sentir como en casa. Era una manifestación desinteresada y espontánea que en todas partes se conocía y hacía célebre a la región.
Desafortunadamente esto ha cambiado completamente. Hoy en general los habitantes de cualquier sector miran con recelo cuando alguien llega a vivir o a trabajar o a instalar un negocio, y si bien no lo discriminan o lo hacen sentir extranjero, no le ofrecen confianza y lo tratan a distancia.
Así lo comprueba la última encuesta Pulso Social realizada por el DANE y según la cual solo tres personas de cada cien consultadas cree plenamente o mucho en las personas desconocidas y aunque no tanto, pero de todas maneras mucho, el 25% dijo que no confiaba nada o muy poco en los vecinos.
Todo parece indicar, según esta encuesta, que la llegada de tantas personas procedentes de Venezuela, producto de la crisis económica, social y política que vive ese país, y el mal comportamiento que han tenido muchas de ellas, ha hecho perder no solo la proverbial amabilidad con que se recibían a los forasteros, sino la confianza que los risaraldenses depositaban en las demás personas.
Es muy difícil que una persona confíe o le brinde su amistad a un desconocido que acaba de llegar a la comunidad, si todos los días los medios de comunicación informan de extranjeros que son capturados por la comisión de un homicidio, o por haber atracado mano armada a una ciudadano, o por una violación a un menor de edad, o por haber robado un establecimiento comercial, o por pertenecer a alguna de las organizaciones criminales de la región.
La seguidilla de hechos delictivos en los que han resultado involucrados uno o varios venezolanos, por ejemplo, o personas venidas de otras ciudades y con un pasado judicial negro, ha prevenido a los pereiranos frente a las personas desconocidas y a hecho, sin duda, perder esa espontaneidad y amigabilidad que tenían los pereiranos.
Lástima, pues, que de un valor tan propio de la gente de esta tierra y tan ponderado en muchas latitudes, ya quede tan poco, por cuenta de unos pocos que se han aprovechado de ello, de la incapcacidad de las autoridades y de la laxitud de la justicicia para convertir la Ciudad y el Departamento en centro de su accionar delictivo.