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Columnista
En un poco menos de quince meses tendremos en Colombia las elecciones territoriales, aquellas en las que escogeremos nuevos mandatarios locales. Los pereiranos vamos a elegir el décimo primer alcalde popular y los risaraldenses el noveno gobernador. Concluida la campaña presidencial, la institucionalidad política «parroquial» se alista para enfrentar dicha contienda. Dicho de otra manera, arrancó la campaña. En la práctica quizás sea mejor afirmar que entra en su etapa definitiva pues nos hemos acostumbrado a que posesionado cada nuevo alcalde se inicien de forma inmediata las refriegas de la contienda por escoger su sucesor.
En Pereira, de manera muy particular, han hecho carrera campañas muy largas en las que los candidatos inician acciones proselitistas desde muy temprano en la intención de cautivar directamente al electorado tratando de eludir o superar la intermediación de los partidos políticos. Esta es una especial característica que nos diferencia de Manizales, Armenia y otras ciudades del país donde los caciques y jefes de las colectividades se ponen primero de acuerdo para repartirse el botín y en donde el nombre de los candidatos en contienda solo se oficializa tres o cuatro meses antes de los comicios. Varios de los alcaldes de Pereira han sido el resultado de candentes disputas en las que los ganadores han sido quienes se rebelan contra las maquinarias, líderes políticos que con su imagen y capacidad se atrevieron a enfrentarlas.
Con César Castillo, Marta Elena Bedoya, Juan Manuel Arango —la segunda vez—, Israel Londoño y Juan Pablo Gallo en Pereira ganó la oposición. Todos ellos fueron alcaldes que derrotaron al establecimiento y a sus maquinarias. Vencieron la tesis de que «alcalde pone alcalde». Por el contrario, solamente tres veces los alcaldes elegidos fueron afines a sus predecesores: Juan Manuel Arango —la primera vez—, Luis Alberto Duque y Enrique Vásquez Zuleta. ¿Será el próximo alcalde de Pereira alguien que represente las huestes del actual mandatario Carlos Maya? Amanecerá y veremos. La principal característica de la nueva política colombiana es el lento fallecimiento de los partidos políticos. Cada día es más evidente su incapacidad para orientar a la opinión pública y casi ningún candidato quiere arroparse con sus banderas y ser su representante so pena de salir averiado y perder toda posibilidad de triunfo. Salvo alguna arrogante excepción todos los aspirantes saben que deben adelantar sus campañas al amparo de la «eunuca» figura electoral de las firmas, grupos de ciudadanos supuestamente «desinfectados». Así quedó demostrado en la reciente campaña presidencial. El apoyo de los partidos políticos terminó siendo más un lastre que una verdadera ayuda.
En estas circunstancias tendremos entonces una campaña que pretenderá engañarnos una vez más. Nos prometerán el oro y el moro y nos harán creer que prevalecen los intereses comunitarios y cívicos. Los gremios y los empresarios intentarán de nuevo inmiscuirse, pero sin untarse. Adelantarán procesos de selección de candidatos «limpios» y ajenos a los tejemanejes de la politiquería local. Lejos estarán de comprender que la política colombiana, de acuerdo con su estructura legal, está diseñada para que primen las intenciones personales e individuales y para que «don dinero» sea el convidado más importante. Se negarán a aceptar que las campañas son principalmente un negocio, el arte de armar una «sociedad» (¿o acaso suciedad?) para repartir las prebendas del poder, el presupuesto y la burocracia. Mientras tanto los partidos políticos se distraerán fijando reglas (mecánicas, no éticas) para los procesos de selección de sus candidatos.
¿Habrá alguien que crea que el resultado final de esta nueva campaña nos llevará por buen camino? Escucho apuestas.